Me asusta, y mucho, la actual situación internacional. Cuando visionamos las distintas imágenes -por cierto, en algunos casos muy diferentes según la tendencia ideológica del canal donde nos encontremos- la sensación de impotencia ante la barbarie es extrema. Y, aún así, para algunos, se hace difícil empatizar con la gravedad de una situación cuando estás tranquilamente en el salón de tu casa. En esto nos hemos convertido.
Hamás se ha transformado en una organización terrorista con actos totalmente execrables y repugnantes, imposibles de defender. Y no solo por los terribles hechos de octubre pasado.
“El Estado de Israel, como prácticas abusivas, está cometiendo crímenes de lesa humanidad, persecución y apartheid ante el pueblo palestino”, tan imposibles de defender como los anteriores. Así reza en un informe de 213 páginas publicado por la reconocida organización no gubernamental, Human Rights Watch, en 2021.
De nada sirven las resoluciones de la ONU, las decisiones o sentencias de la Corte Penal Internacional (CPI), o de su Fiscalía. De nada sirven las instituciones internacionales creadas para salvaguardar un orden internacional si no se respetan sus resoluciones. Si, como así viene ocurriendo por una de las partes infractoras, Israel, desprecia a las propias instituciones.
Tampoco sirve de nada que un Consejo de Seguridad de la ONU, encargado de mantener la paz y seguridad en el mundo, tenga sus decisiones cercenadas por un miembro permanente, llámese Estados Unidos o cualquier otro. Juez y parte. Lobo y gallina. Y eso porque sus recomendaciones se diluyen como azúcar en el agua. Sus decisiones, cuyos Estados Miembros están obligados a cumplir, pasan a convertirse en sistemáticos y flagrantes incumplimientos, a pesar de los simbólicos embargos o ridículas sanciones económicas que a su vez son negocio para ellos mismos.
Siguiendo con la línea de servicio, ¿de qué sirve que Volker Türk, Alto Comisionado de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, declare “la amenaza de Rafah es inhumana”? ¿acaso es posible superar el nivel de sufrimiento, de destrucción, de muerte de civiles: de mujeres y niños indefensos? Lamentablemente, con la anuencia de muchos, Estados y organizaciones políticas, lobbies y fundaciones, y -no lo olvidemos- el apoyo a sus dirigentes del propio pueblo de Israel, todavía se puede ir a más.
¿Y por qué?, ¿qué se pretende? ¿la solución de los dos Estados? ¿o realmente ninguna solución? Ante la pasividad internacional, ante la inutilidad de esa diplomacia útil, los hechos vienen demostrando que si hay una solución. La progresiva aniquilación, total y fulminante, de la población palestina. Con procedimientos que ya se asemejan a esos campos concentración construidos en la época nazi -la acumulación del indeseable y hambriento enemigo en un espacio reducido-.
Después, es tan simple como proceder al ametrallamiento, al incesante bombardeo que se justifique con un simple “trágico error”. Solo faltan las cámaras de gas, las bombas racimo o el napalm. O, quien sabe, una bomba atómica. Sería más fácil. Otro trágico error que llevaría tan solo a una investigación interna para esclarecer culpables. Valiente hipocresía y desfachatez.
Benjamín, el primer ministro israelita, nombre que proviene de la palabra hebrea “bin-yamin”, que se traduce como “hijo de la mano derecha”, no ha resultado ser el hijo predilecto de Jacob, a quien se le identifica como un hombre justo y de paz. No.
Benjamin, Netanyahu de apellido, es la cabeza visible de un gobierno de coalición de ultraderechistas y ultraortodoxos, democrático en su estatus interno pero retador, desafiante y amenazador. Impulsor de la legalización de las colonias irregulares en Cisjordania, de la ocupación de Gaza, del control y libertad de tránsito y derechos de los palestinos en sus propios territorios reconocidos internacionalmente, pero no por Israel.
De la masacre -o genocidio, dejémonos de gaitas- de una población que no es terrorista. Y, si la mayoría de la población israelita lo aprueba con sus votos democráticos, también podremos ampliar ese genocidio a esos votantes. Votantes de las ideas ultraderechistas o derechistas reconvertidos. Es muy fácil echarle las culpas al otro. Mucho más difícil preguntarse ¿en qué nos hemos convertido?