Dicen los que entienden de esto que Marbella tiene su propio microclima. Los que no entendemos de climatología solo podemos aseverarlo con nuestra propia experiencia. El término municipal, extendiéndose este desde Cabo Pino, Las Chapas, Marbella, Puerto Banús, Nueva Andalucía, hasta San Pedro Alcántara, cuenta con veintisiete quilómetros de litoral.
Playas, como las de Cabo Pino y la conocida como Don Carlos, con sistemas dunares protegidos. Ecosistemas como la duna embrionaria Real Zaragoza; pasarelas instaladas, provisionales o no, como la de Río Real de Marbella y otros proyectos de instalación de hormigón sobre arenal están siendo denunciados ante las autoridades y dados a conocer a la opinión pública por, entre otros, la Asociación Ecologista Malaka.
La defensa del uso público responsable de nuestro litoral, de nuestras playas, en definitiva, de nuestro patrimonio, pareciera debiera ser la prioridad de nuestros gobernantes; también de nosotros como usuarios. Los intereses particulares debieran siempre quedar en segundo plano ante lo general. Y en esa lucha estamos. Desgraciadamente no es nuevo.
Desde una asociación cívica y ciudadana como Marbella Activa surgió la idea hace años de convertir al espeto, de sardinas que no es necesario aclararlo, como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Y que fuese reconocido por la UNESCO. Lo que en ese momento parecía una locura, incluso hasta de tacharnos de ilusos -así me lo comentaron algunos- ha seguido dando pasos adelante, gracias sobre todo a su presidente Javier Lima, implicando a administraciones, colectivos culturales, gastronómicos, chefs con estrellas Michelín y más entidades. También a la sociedad civil.
Por supuesto, un eslabón muy importante de todo este engranaje son los especialistas: los amoragadores o espeteros de toda la provincia de Málaga. Marbella a la cabeza de un gran proyecto. El espeto: una caña, sal, pescado y fuego. La sardina: cocinada con una técnica que se convierte en tradición y cultura. Y, uniendo esa técnica culinaria con el pueblo, con la gente del mar, surge la moraga. La celebración social, la de todos. La fiesta popular en torno al espeto.
En estos días pasados ha surgido la noticia de una nueva denuncia por parte de Ecologistas Malaka. De nuevo posicionándose en contra, no solo de la instalación y construcción con hormigón de un nuevo chiringuito en la Playa del Cable, que también, sino de lo que supone “un robo de la zona de moragas de Marbella”. Pero ¿qué es eso de la zona de moragas? Pues muy sencillo. En la popular y familiar Playa del Cable se instalaron una serie de barcas metálicas para que “la gente de Marbella” pudiera celebrar las moragas con familiares y amigos.
Así ha sido hasta que -según ha aclarado el pasado lunes el concejal portavoz del equipo de gobierno- se retiraron esas instalaciones durante el periodo Covid. Y todo ha coincidido -que casualidad, porque así son las coincidencias- con el proyecto presentado por el Presidente de la Asociación de Empresarios de Playas de Málaga para que en ese espacio se dé concesión a una empresa con sede social en Mijas para la instalación privada de un chiringuito. Un chiringuito, claro está, que ofrecerá a sus clientes espetos. Espetos sí, previo pago como es lógico. Moragas nunca. Porque la moraga, decíamos antes, es un acto que conlleva una fiesta popular.
Al parecer -me gustaría tener ratificación plena de ello- el propio Ayuntamiento de Marbella se va a oponer ante la Junta de Andalucía a esta instalación. Fácil lo tienen siendo administraciones gobernadas por el mismo partido. Sería muy difícil de explicar ante la UNESCO como se imposibilita al pueblo, ya no solo el uso público de sus espacios de playas, sino también un lugar ya señalado y conocido para la celebración de moragas. Un espacio en el que los espetos y las moragas sigan profundizando y arraigando en nuestro acervo cultural. No en ningún otro lugar. El mismo, y como garante la Torre de El Cable. Sin interés económico. Por y para disfrute de todos.