Para algún director de diario; para algún político alcalde; para algunos en general y para otros tantos en particular seguimos en un estado feudal. Para algunos, en general o en particular, hasta reconocido por nuestra constitución. Está en nuestra historia. En la ancestral y la moderna. España: esa monarquía constitucional con dos reyes; con dos reinas; con una familia real. Permítanme que las mayúsculas sobren.
Y en esa sociedad feudal, el vasallaje es el vínculo o relación que existe entre el ciudadano vasallo y su señor: el rey. Por supuesto que lleva implícito que el vasallo esté obligado a servir, también a pagar con monedas o tributos, a su señor. Y, ni se te ocurra contrariar o mirar de reojo a tu señor.
En esta semana, trágica como otras muchas, han dejado de ser vasallos dos personas por las que sentía aprecio y cariño. A una de ellas no la conocía personalmente. Me refiero a Verónica Forqué. Sin embargo, me resultaba cercana y querida. La otra gran pérdida ha sido la de “un grande de España”, y no por título nobiliario. Manolo Santana nos dejó para que sigamos cuidando sus queridas pistas de arcilla, aquí en Marbella o en cualquier lugar, con el mismo cariño que él las mantuvo. A él si le conocí. A él sí, con discreción, pude darle ese último “que la tierra te sea leve”. Por él, por ella, si estaría dispuesto a considerarme vasallo. Dignamente.
La familia real, por así disponerlo nuestras normas democráticas, tiene adjudicada unos fondos recogidos en los Presupuestos Generales del Estado. Más allá de otra serie de matices sobre … entendámonos, los dineros; de donde se paga esto y lo otro, que también lo de más allá; el rey decide como se diversifica ese presupuesto para cada uno de sus miembros, que también de parte de sus servicios. Los vasallos, el pueblo, alimenta con los tributos e impuestos esos presupuestos generales.
De nuevo el rey emérito, de nombre Juan Carlos, también primero, sale a la palestra en los medios de comunicación. Otra vez la justicia: la española, la suiza, y la del Reino Unido. En este último país, el del Brexit, su reconocida amante pleitea con denuncias de acoso y de que más. De que más, de dinero me refiero.
La propia falta de dignidad de este señor -no quiero que tomen el término como el adecuado para dirigirse a la realeza- se acrecienta día a día. Y él, el emérito, sin aparecer por aquí. Que dice que quiere venir, pero que no viene. No creo que sea por falta de fondos para tomar un avión. No viene, sencillamente, porque no quiere; mejor dicho, porque no se atreve. Legalmente, nada ni nadie se lo impide.
El alcalde de Madrid; el periodista y director, Inda; el contrincante de Ayuso en el PP, a la sazón, Casado; todos alzan la VOX (perdón la voz) para dar las gracias al personaje por lo que hizo por nuestra patria; por lo que le debemos; por el inmenso agradecimiento hacia su persona -que luego disimulan y mezclan con la institución-; todos ellos declaran públicamente que somos los vasallos los que debemos pedir perdón; pedirle perdón a este señor.
Y este vasallo se rebela y dice que no. Que no te pido perdón, emérito. Que eres tú, quien de nuevo, pero ¡con huevos, de verdad!, el que tiene que pedirnos perdón a todos nosotros. El fiscal suizo escribe en su informe que la transferencia de cien millones de dólares, ¡cien millones, carajo!, está acreditado que la hizo el Ministerio de Finanzas de Arabia Saudí. Que solo por ser así, y según nuestra legislación, nos has mangado a todos tus vasallos ese dinero. No se te olvide que los obsequios, prebendas y demás que se efectúan oficialmente pasan a considerarse y engrosar directamente los fondos del Patrimonio Nacional. Los del Patrimonio. No los tuyos, emérito. Ni los de ninguna “fundación”.
Hace bien tu hijo, el Rey Felipe VI. Fíjense ustedes que ahora, por respeto, utilizo mayúsculas. Dicen que es él quien no está de acuerdo con tu vuelta en estas condiciones. Ni “a tu casa de La Zarzuela”, ni siquiera a la finca real de Albacete. Quiere mantener la dignidad de la Institución. Sin necesidad de pagar complementarias. De forma directa, al igual que hizo con sus hermanas dándoles de baja de la Familia Real. Y la Reina Sofía aguantando. Demostrando algo más que dignidad.
No, Juan Carlos. Yo no te pediré perdón, nunca. Aún a pesar de ser oficialmente vasallo, el perdón se gana, se merece, no se obliga. El perdón conlleva arrepentimiento. Y en este caso el arrepentimiento debe de ser el tuyo. Y si a eso le añadimos decir y contarle a Hacienda la verdad, eso sería el summum. Materialmente hablando, claro.
Y ahora, mueve de nuevo los hilos para que algunos de tus fieles vasallos vuelvan a remover conciencias en estos días de Pascua; la de tu cumpleaños. Que aún así, y sin acritud que decía Felipe, los Reyes Magos llegarán.