Las obras de los hombres son pasajeras,
pero el tesoro del paisaje permanecerá para siempre.
Proverbio maorí
Cuando ustedes, queridos lectores, estén leyendo estás líneas -aunque solo sean las más incipientes- su autor y acompañante se encontrarán en una lejanía física diametralmente opuesta a la de España. Aún así, me gustaría que este cordial contacto con ustedes no se perdiese.
El ser humano, desde el inicio de su existencia, al albur de su propio instinto, le agrada y viene en desarrollar actos y pareceres que le son gratos. También, de forma manifiesta, los que podíamos denominar opuestos o contrarios. Un bebé de pocos meses, e incluso días, mostrará su incomodidad o satisfacción cuando dentro de su pequeña boca se sitúe el pezón de una mama que desprende un líquido, para él vital. Pero, si ya harto estuviese su apetito, mostrará su indiferencia por medio de un plácido sueño.
Aún cuando así no hemos sido educados, ni en el ámbito de la familia como tampoco en el de la escuela, llevar la contraria se nos da pero que muy bien. Bien sea como un acto juvenil de rebeldía; como rabieta infantil ante decisiones de nuestros progenitores o simplemente por incomodar, sea a quien sea.
En el matrimonio, en la relación de pareja, contradecir o llevar la contraria puede darse de una forma más habitual. Dicho lo anterior, en absoluto quiero entrometerme en su vida privada. Pero, allá ustedes si se identifican o no, una parte de las discusiones de pareja se conforman al llevar la contraria, uno u otra a la otra o uno. Para evitarlo, dentro de nuestras posibilidades, lo mejor es expresar lo más enfáticamente posible <<nunca me atrevería a decirte lo contrario, estoy de acuerdo contigo>>. Tema cerrado.
Otra cosa, señoras y señores, y de un tiempo a esta parte nos encanta, es cuando hablamos, comentamos, discernimos y terminamos discutiendo de y por la política. Es la hora de volcar con rotundidad todos las palabras, frases e ideas que supongan todo lo antónimo hacia lo que expresa nuestro interlocutor. Nuestros responsables públicos así se comportan; los tertulianos -yo también participo en tertulias- siguen o seguimos la misma correa de transmisión. En muchas ocasiones sin capacidad de discernir, de empatizar. La ciudadanía se contagia. No es fácil el remedio. No tenemos remedio.
Después de todo lo anterior y sin que en mi ánimo existiese desde la primera palabra escrita ningún tipo de animadversión hacia ustedes, ganas de confrontar ni por supuesto de causarles afrenta, es por lo que decidido -no hagan que me arrepienta, que no lo haré- dejarles descansar unas semanas. Que mejor que viajar hasta nuestras antípodas. Que no es por llevarles la contraria pero que va a ser mis antípodas, las de mi residencia, Marbella. Y, aunque el punto exacto se encuentra en el mar, lo es a pocos kilómetros de la costa de Auckland, en Nueva Zelanda.
En estas dos semanas les sugiero no entrar en discusiones banales, tiempo habrá en los próximos meses. Les invoco a releer el proverbio con el que iniciaba este artículo. Mejor se lo repito: las obras de los hombres son pasajeras, pero el tesoro del paisaje permanecerá para siempre. Kia ora.