Son muchas las ocasiones en las que me viene a la mente esa imagen de tres hombres, ya curtidos en la vida y en el trabajo, sentados en un banco y al frente la ría de mi añorada Vigo, o de cualesquiera ciudad norteña. La imagen forma parte de uno de los recuerdos de una muy dura y a la vez sensible película. Dirigida por Fernando León de Aranoa, y protagonizada por Luis Tosar, Javier Bardem y José Ángel Egido, por si todavía no he dado suficientes pistas, “Los lunes al sol” es su título.
Y sin que lo anterior venga a cuento de lo que quiero contarles, pero que ya se lo he indicado, este lunes pasado, como todos los lunes, otros tres hombres curtidos en la vida y en el trabajo, sentados no frente al mar -aunque podíamos- nos hemos reunido para tomar nuestro café matutino y compartir charla. A cubiertos del sol, pero en lunes.
He de decirles, para no faltar a la verdad, que también hemos sido cuasi expulsados del hogar. Hay momentos que te das cuenta que sobras. Y si no te has dado cuenta solo tienes que interpretar miradas. De esto último les cuento algo más luego; líneas abajo. El hecho es que una vez que han decidido, por ti y por su cuenta, que tu no intervengas en las maniobras generales de limpieza de la casa solo te queda la extradición. Pues bienvenida. La charla y el café, no piensen mal. Que hayan decidido por ti ni será la primera ni la última vez. De nuevo, esperen líneas abajo. Esta vez la inmediata siguiente.
-Me ha llamado mi hija hoy. Ya a primera hora. Me ha dicho que este año no me preocupe. Que lo hace más fácil. Uno de mis compañeros de café ya ha lanzado el tema y nosotros, a nuestra edad, tampoco estamos para perder el tiempo. Ese mismo vale. “Papá, el 30 te llevamos a los niños. Te parece bien verdad. Bueno, que tontería. Ya sé que te parece bien”. Mi compañero apostilla: Eso me ha dicho ella porque yo todavía no he podido abrir la boca. “Papá, para que te sea más fácil, quedamos en punto intermedio (su hija vive en Madrid). Si te parece, bueno mejor así (el si te parece ya ha desaparecido) te los llevamos hasta Andújar y tú ya te los llevas hasta Marbella”.
El hecho anterior, además, es vendido como un favor hacia ti. Resulta que el año pasado fue él, me refiero al abuelo claro, quien tuvo que ir a recoger a los nietos a Madrid. Mi otro acompañante, también con su café en la mano, va encima y le echa una ayuda con su comentario. Tienes suerte, Emilio. Tu por lo menos ves a los nietos.
Los míos viven a escasos quilómetros y los veo menos que si estuviesen en Madrid o Barcelona.
El caso es que llegado a un punto donde tus hijos han decidido cuando te llevan los nietos a casa, o donde los recoges; han decidido que se van de vacaciones para descansar una semana pero que si se encuentran a gusto se pueden quedar más; te han jorobado tus siguientes cafés y charlas de los lunes … seguro; solo en ese momento te queda por luchar en otra batalla. Ya anticipo que perdida. La batalla de la interpretación de la mirada.
Es tu mujer, la que ejerce siempre de poli buena, quien te pone más presión. Su mirada, atraviesa tu mente como la afilada hoja de un cuchillo al cortar jamón. Solo queda interpretarla… siempre a su favor claro. “Ni se te ocurra ponerle ninguna pega a tu hija, a tu hijo. Vamos con lo feliz que soy yo con mis nietos”. La felicidad, que dicen es mejor sea compartida -no como la custodia-, parece se reparte solo hacia un lado.
Sientes que el golpe de estado en tu casa es inminente. Los derechos, los tuyos, quedarán … como se dice ahora, suspendidos temporalmente. Solo te queda acudir al Constitucional y para eso, de nuevo, tienes que volver a interpretar miradas. Te volverás experto en encontrar la sandalia del 26 que ha desaparecido. Desaparecidos están también los distintos canales de la tele. Funciona el Clan y el Youtube. Para los nietos mayores hasta el Netflix. Te queda un as en la manga. El poder absoluto que intimida: cambiar la clave del wifi. Y, de nuevo, la interpretación de la mirada aparece sin soslayo.
Has dejado de ser VIP en tu casa. Unos renacuajos, maravillosos por cierto, ocupan tu espacio vital. El no vital también. Hasta sueñas con ellos. Su abono es ilimitado. Miras alrededor y tienes un aparcamiento para ti. Crees que es tuyo. Tu sillón, el del abuelo, el favorito. Pero ¡zas!, alguien llegó antes. Otra persona, la que envía miradas a interpretar, te dice que ese sitio también forma parte de los aparcanietos. Doy el último sorbo al café. Terminamos la charla. Nos reímos, nos abrazamos y al final coincidimos. Son nuestros nietos. Por fin hemos sabido interpretar miradas. Las de ellos, las de sus sonrisas.