Nada más llegar un bebé a este mundo el llanto que se escucha siempre es el mismo. Que la ecografía de meses anteriores nos haya desvelado el sexo del ser engendrado es indiferente ante esta primitiva forma de expresarse. Son más las similitudes. Por lo general puños cerrados, la cómoda adopción de una postura fetal y, sobre todo, el innato instinto para localizar un pezón donde amamantarse. Y si una se retarda, un llanto. Sin distinción de sexo. Ante esto no es necesario librar ninguna batalla por la igualdad.
Traspasar la fina línea que diferencia los conceptos de sexo y género es algo que se produce de inmediato. Por supuesto no lo decide el todavía bebé. Lo hacen sus progenitores estableciendo ya la primera batalla por la igualdad. Es la ropa elegida. Su color. La decoración de la habitación, y no incluyo la elección del nombre pues este ha podido ser decidido incluso antes del feliz alumbramiento. Poco más adelante la diferencia de género se establece en los juguetes; en la guardería; con los abuelos ¡ay, los abuelos y abuelas!; en las normas y costumbres de casa, no solo con los niños sino entre padres. La educación. Otra batalla que se libra por la igualdad.
Y así, pasados los años, con los vicios y virtudes adquiridos en tu casa; en todo el periodo educacional y de conocimiento; en el del ocio junto a amistades y desarrollada cierta personalidad, el individuo comienza a reclamar derechos con los que desenvolverse en una sociedad competitiva y de valores éticos más que discutibles. Es necesario diferenciarse, incluso también de género. Pero las normas ya fijadas hacen evidente que hay un sexo: el de las hembras, y un género: el femenino, que lo tiene más complicado. Que se encuentran en un plano desigual con el que poder desarrollarse.
Aunque siempre es aleccionador el recordarlo hago mínima mención a como en 1857, en Nueva York, por primera vez y sin sindicatos, unas mujeres trabajadoras de la industria textil organizaron una huelga en reclamación de salarios y condiciones laborales justas y humanas. Batallaban por la igualdad.
Prefiero que piensen en cuando eran niñas, también niños, y compartían juegos en el parque, en la piscina o en la playa, palomitas en la misma sesión de cine y también en las fiestas de cumpleaños. En estas últimas hasta en la adolescencia y juventud. Todo en igualdad de condiciones. Nadie protestaba, ni alzaba la voz. Tan solo refunfuñaban al desoír a su madre o padre por reclamarles para merendar. Tú, lector, igual quieras seguir jugando. Quieras seguir siendo niño, en igualdad.
No quiero hablarles de la diferenciación entre machismo y feminismo. Aunque convendría hacerlo. No se trata que alguien sea muy macho. Eso no es malo. Tampoco que lo femenino sea solo de féminas. No lo es. Se trata de analizar actitudes, comportamientos, tanto en el hombre como en la mujer. Se trata de luchar por algo obvio: la igualdad de derechos entre ambos sexos.
Esa mirada indiscreta, casi lasciva, a unas nalgas; ese comentario y calificación soez en función de determinado vestuario o de condición sexual; esa insinuación en el lugar de trabajo que no se quiere reconocer como acoso, pero que ya lo es; ese amedrentamiento y posterior agresión por no complacerte; esa mentira ante el o la juez para conseguir mejores beneficios o condena a tu contrario ¿te imaginas tu reacción, tu actitud, si todo eso se produjese sobre tu ser más querido o cercano? ¿Y la de ella? ¿No crees que es la correcta? Perdón, que dije que no quería hablar de machismo y feminismo.
No es necesario hacer comentarios tampoco sobre ese movimiento, ya viral, denominado “Me too”. No me importa traducirlo: “Yo también”. Y lo quiero ampliar en cuanto a concepto. Porque ese tú -no mires a otro lado- es a tí, sí. Queda muy bonito en el cartel que publicas en redes, incluso con la almohadilla #, en tu youtube, tu Instagram, o tu Tik Tok. De verdad que haces cosas muy chulas. Pero cuando tu abuelo necesita asistencia y cariño, también eres Me too; cuando tus padres van al supermercado -que se va porque comes- eres Me too; incluso cuando tiran la basura; limpian los cristales de casa o la taza del váter, que oye se limpian no creas. También eres Me too. Incluso después de cualquier día de marcha, de esa en la que te acuestas a las tantas -que eso no es lo importante- pero que te levantas también a las tantas -que eso sí que es lo inadecuado-; incluso ahí que ya tienes la comida preparada como por arte de magia, ahí también eres Me too. No, mago no. Me too, que mola un montón. Y en todo lo anterior, y en lo que viene, no existen edades.
Tampoco quiero mencionar, porque es hecho ya pasado, si era legal o no; apropiada o no; recomendable o no, y todo aquello que quieran añadir en relación a la no autorización (no me gusta lo de prohibición, pero el resultado es el mismo) de las manifestaciones de los Movimientos Feministas en Madrid, o donde se hayan producido.
Prefiero acercarme a la visión de algún familiar del lector, amiga o conocida, incluso desconocida para ti cuando acude en su turno de trabajo a limpiar la habitación del hospital; la escalera y el ascensor de su vivienda; el baño y la habitación del hotel en sus vacaciones; recoger la toalla que se dejó en el suelo sin miramiento; barrer las aceras de las calles o, mucho más cerca porque rara es la vez que le prestas ayuda, a tener la cama hecha y limpia de tu propia habitación. Es tu esposa o compañera. Es tu madre, hermana o abuela. Quizá lo que puedas ser tú el día de mañana, y con la misma razón si tu sexo es el contrario. Como ves es cuestión de género y algo más. Y también todo esto es para ti, legislador y empleador. No te creas que puedes irte de rositas.
Ni siquiera voy a mencionar si las competencias y los hechos consumados, reales y efectivos llevados a cabo por parte de la titular del Ministerio de Igualdad son eso: reales, efectivos y competentes. Los de su ministerio y los que le complementan. Desde tiempos remotos, incluso antes de nuestra era, la mujer ha sido apartada de derechos fundamentales, explotada y degradada. Reivindicaciones internacionales concentradas en un día, el 8 de marzo, el de la Mujer, nos vienen a decir que esa explotación y degradación sigue vigente. Es justa y necesaria la protesta. Pero no solo ese día por cualesquiera de las razones ya expuestas.
Llegará la hora que dejaremos de celebrar o conmemorar ese día internacional. Será cuando dejemos de actuar como lo estamos haciendo. Hombres y mujeres. Entonces ya no hablaremos de igualdad. En el momento que nos demos cuenta en serio que nada más llegar un bebé a este mundo, hembra o varón, el llanto que escuchamos es el mismo; ese día la batalla por la igualdad habrá acabado y podremos decir “Lo hemos conseguido. Me too”.