Colorear la vida

17/03/2022
De verdad. Escribir en estas fechas tan convulsas no es nada fácil. Mejor dicho. Elegir un tema, interesante para el lector y que no cercene el hilo de la actualidad, es harto complicado. Con Putin, sin ya Casado, no tan seguro sin Ayuso, con Nuñez Feijóo -a medio camino y cuando él lo diga-, con Sánchez y con el Rey de nuevo casi olvidado. La cuestión es que rellenar el folio en blanco, es de nota. Nota, seguro de suspenso.

Apaga el gris de tu vida y enciende los colores que llevas dentro”, decía Pablo Picasso. Nuestro genio malagueño, mejor que nadie, con sus pinceles creaba ese color en sus lienzos. No parece este el mejor momento. En Ucrania han desaparecido los colores. Afloran algunos con el fuego provocado por el impacto de las bombas y los misiles. Rápidamente el humo y el polvo los oculta. El escaso color que se mantiene queda diluido con las lágrimas. Un indeseable ha decidido eliminarlos.

Dos largos años. Un amplio plazo desde el inicio de esta mandita pandemia. Todo se desmoronaba. El blanco de las batas, que también verde, eran los colores protagonistas. Un verde pálido; un azul en las mascarillas. Imposible denotar color en la cara de cansancio de los sanitarios, de las fuerzas de seguridad y de emergencia. Mirar al cielo era descubrir heridas. Allí no había color. Tan solo cicatrices de quienes se habían ido. En esta época de creciente sequía el único líquido que empapa es el de las lágrimas. De nuevo lágrimas sin color.

Miro al cielo y me encuentro un color rojizo tirando a ocre. Por suerte no estoy en Ucrania. No es el color producto de las bombas. Tampoco del fuego. Viene de África. Ese otro continente olvidado. Alguien ha decidido soplar con fuerza y arrastrar la arena del desierto hacia la frontera sur de Europa. Un polvo en suspensión, que siendo invierno nos cuesta llamar calima. Pandemia, guerra y tormenta de arena. Quizá sea el preludio de algo más. Seguro que muchos se están quejando por habernos olvidado de sus miserias. También a ellos les gusta el color y no el de la miseria.

Mi mirada se ha quedado fija en mi nieta mayor. No para de solicitarme folios de papel. Folios en blanco. Su idea original es la de dibujarme una flor, una margarita en concreto. Los “rotula”, de todos los colores por supuesto, se hallan inmersos en un gran trajín. Quita caperuza, pon caperuza. La del amarillo con el amarillo. La del verde, con el verde. Es minuciosa y organizada. Tenemos que cambiar de folio. “Me he salido, yayo” -me dice esta pequeña cara de ángel.

No me importa el dispendio en folios. Quiero colores. Como hacía Picasso. Solo se me ocurre decirle: “Continúa cariño. La vida es como tú la coloreas”. Ningún loco tiene derecho a arrebatártela.




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