De cascadas y cataratas

07/04/2022
Reconozco que cuando visité por vez primera el nacimiento del río Guadalquivir, en la Cañada de las Fuentes, a tan solo 1.350 metros de altitud, e inmerso en uno de los grandes Parques Naturales de Andalucía, el de las Sierras de Cazorla, Segura y las Villas, me sentí un tanto defraudado. No podía comprender como, desde allí, el gran río andaluz podía llegar a formar -por poner un pequeño y quizá desconocido ejemplo- lugares tan bellos como la cascada de Linarejos para, poco después, tomarse un pequeño descanso en el pantano de El Tranco.  

Salvo fenómeno catastrófico, el efecto de la gravedad del agua nos provoca una sensación de placer. Ya no es por el solo hecho de su visión. También en nuestra parte sensorial. Una buena ducha, refrescante o caliente según apetezca; sentir el agua acariciar tus muñecas; introducir tus pies en el cauce del río, del lago, del mar o simplemente del barreño; una manguera en el campo; caminar por el bosque con una ligera lluvia, en muchos, nos provoca calma y serenidad. Bienestar y disfrute.

Lo que menos importa es la diferencia entre cascada y catarata. Algunos quieren aplicarla a la altura desde la que desciende el agua. Otros, al volumen de agua que cae, más allá de su altura. Los menos, pero los hay, lo hacen según como quieran ufanarse de la visita que han realizado. Donde lo importante son ellos y no la belleza del salto de agua. A Instagram se puede apuntar cualquiera.

No hay pequeño que no haya visto un charco y se haya encaminado directo a él. ¡No, no, Luisito, no pises el agua! Y Luisito, con una sonrisa socarrona y una mirada entre llegaste tarde y ya lo hice, termina chapoteando con más ardor. Más adelante, a Luisito, quizá le entre la curiosidad por otro tipo de relación de la gravedad con el agua. Descubrir como, sumergiéndose en ella, se puede visionar una vida diferente: tesoros ocultos de rocas, animales y plantas: los colores del agua.

No pretendo yo por tanto exponer aquí las cascadas, también las cataratas, disfrutadas a lo largo de mis años. Se lo dejo a ustedes, queridos lectores. Les dejo en manos de su más estricta intimidad. Rememoren ese instante. Seguro, no quiero equivocarme, llevarán su memoria a muchos instantes en los que se han sentido vivos con la contemplación o la sensación del agua. Ya, si quieren, luego me cuentan.

Estoy esperando en la 120. Una habitación del Hospital de Alta Resolución de Benalmádena, adscrito a la Seguridad Social de Andalucía. ¡José Manuel Beltrán!, la voz de una agradable señorita me reclama para suministrarme unas gotas utópicas. Estoy algo nervioso. ¡No se preocupe! Todo saldrá bien, ya lo verá. En unos minutos, una vez que le quitemos su catarata del ojo derecho, podrá comprobar como todo lo va a ver más nítido.

Me siguen gustando las cascadas y las cataratas. Esta vez, estando por dentro de una de ellas, un pequeño velo distorsionaba la visión real de la vida. Ha sido como sacar la mano y retirar una pequeña cortina. Ahora ya lo veo claro. Me reafirmo. La vida tiene un color precioso.




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