Reconozco que me encanta Jennifer López. Junto a Julia Roberts, la llamada “novia de América”, y en el lado hispano a mi querida Ana Belén, son mis artistas favoritas. Y les digo yo que eso de los amores platónicos es verdad pero, por favor, ahora no se lean a Platón que seguro me contradirá y sigan conmigo.
Recientemente seleccioné en mi televisión visionar Hustlers. Ese es el título original de la película, aunque puede que les sea más fácil encontrarla por Estafadoras de Wall Street. La recomiendo. Su joven directora, Lorene Scafaria, nos cuenta y adapta una historia real publicada en The New York Magazine en 2015. De esas que leemos y oímos de prestado que existen pero puede que nos resulte incómodo visibilizar. Y, cuando eso sucede, lo más normal es que ciertas capas sociales se escandalicen.
Ramona es el personaje protagonizado por Jennifer. Como leen mi confianza con ella llega lo suficiente como para mencionarla solo por su nombre. Constance Wu, desconocida para mí, interpreta a Dorothy, más conocida como Destiny, el otro estelar personaje -si no el principal- que encarna con una enorme fuerza y sensibilidad. Dos mujeres, en la historia real, que hicieron temblar hasta las mismísimas entrañas a los que se creían todopoderosos, en este caso en la Gran Manzana.
La trama viene a desarrollarse en un club de estriptis, también de pole dance, el Moves en New York. Mesas abarrotadas de ejecutivos, analistas y brókeres de bolsa. Todos hombres. Depredadores del dinero, del beneficio. Son ellos quienes terminada su suculenta jornada laboral no les importa esparcir al aire billetes de diez o veinte dólares mientras la artista contornea su cuerpo -en buena parte desnudo- jugando con una barra metálica, también en ocasiones ente sus piernas. Carcajadas babosas, posturas provocadoras, insinuaciones carnales. Propuestas deshonestas por parte de ellos. Un empresario, “gorilas” de seguridad, porteros y más, explotando y sacando provecho de cualquier circunstancia a costa de unas trabajadoras, sin más. Casi todo vale a un lado de este mural.
La otra cara del mural la representan ellas y su forma de subsistir, de ganarse la vida con un trabajo honesto. Son mujeres, con personas a cargo y que necesitan salir adelante. La gran crisis económica termina convirtiéndolas en analistas, en ejecutivas, con tan solo invertir en imaginación. Para que parte de su beneficio no quede solo en el pequeño escenario y en las consumiciones servidas en las mesas y barras del club, de una forma más organizada y también punible, serán ellas las empresarias saqueando las tarjetas de crédito de sus admiradores con métodos bien es cierto que reprobables. La cuestión es si consideramos esa reprobación en un único sentido.
Hace años que no viajo a Berlín. Siempre que lo hago no dejo de efectuar visita a un gran mural, y también a los restos de su gran muro. Este último representaba la opresión, la falta de libertad. El impedimento a ser uno mismo. El otro gran mural que me gusta le viene a decir al mundo todo lo contrario. En la East Side Gallery, que así ha sido llamado, se muestran a lo largo de más de un kilómetro una serie de escenas con un objetivo claro: la reconciliación, la paz, el respeto hacia la idea o persona diferente, el cambio hacia lo positivo, hacia lo que nos une. Respetado y visitado por millones de personas nadie cuestiona hoy el mismo.
También hay otro gran mural que de forma regular visito. Disfruto con los cuerpos desnudos de Botticelli, con la maja desnuda de Goya o con la Venus de Velázquez. No tengo que manifestar comportamientos soeces para admirar al David de Miguel Ángel o a la Afrodita de Cnido. Tan solo acudo a museos desprendiéndome, en algunos casos ni eso, de un único billete en taquilla. Éste si merece la pena. Al igual que en Berlín soy yo, hombre, quien se mueve a lo largo de este gran mural dando valor al artista y a su perfecta obra. Sin ningún reparo.
“Las capacidades no dependen de tu género”. Ese es el único y rotundo mensaje que se muestra en otro mural de un polideportivo municipal madrileño que se ha visto envuelto en una absurda polémica la pasada semana. Tan subversivo lema se acompaña, bajo un único fondo en tono morado, con el rostro pintado de quince mujeres reconocidas internacionalmente como defensoras de los derechos humanos. Alguna, como Rigoberta Menchu, galardonada con un Premio Nobel de la Paz. Y sí, todas mujeres. Razones de sobra para que me sigan gustando los murales, máxime si como es el caso fuese elegido en votación por los propios vecinos. No ha sido ese el ejemplo de los partidos que apoyan y gobiernan en el Ayuntamiento de Madrid. También compuestos por mujeres.
Vuelvo a mi televisión. Me identifico con su directora cuando manifiesta “para que una película sea considerada feminista las mujeres no tienen que ser heroínas perfectas o modelos morales. También son mujeres que hacen cosas cuestionables”.
Si eliges ver la peli que no sea por encontrarte en las primeras escenas a una explosiva Jennifer López con una barra entre sus piernas. Prefiero que escuches su última frase: “Este país -yo añado mundo- es un enorme club de streptease. Tienes gente arrojando dinero y gente bailando a su ritmo”. Será por eso que el capitalismo criminaliza a la mujer. Será por eso que bajo una idea machista la seguimos utilizando. No contéis conmigo. Yo sé perfectamente que mural elegir.