Que las noticias procedentes de los ministerios salten a los medios en un momento determinado no es nada causal. Salvo que haya causa real, claro. Y eso, lo deciden los tribunales.
Llevamos ya dos días en los que, por separado, se debate por los comentaristas de tertulias tanto la baja laboral de tres días consecuencia de dolor menstrual como, de nuevo, la interrupción voluntaria del embarazo con el importante matiz de la eliminación del consentimiento paterno. Se especifica paterno, que no materno, aunque quien lo proponga sea el Ministerio de Igualdad.
Vaya por delante -siempre lo he hecho así- que en temas como los apuntados que prioritariamente afectan a la mujer mi opinión -como hombre- quedará siempre supeditada a la de ellas. Es mi forma de mostrar el mayor de los respetos a lo que ellas decidan. También es cierto que tengo derecho de opinar, aunque nunca pueda situarme en su mismo plano.
Aún cuando Italia ya intentó en 2017 contar con una legislación que regulase una baja menstrual por un periodo de hasta tres días al mes, ésta no llegó a materializarse. De hecho, a día de hoy, ningún país de la Unión Europea lo ha hecho. La ministra de Igualdad quiere hacerlo -no me parece mal- pero ya escucho voces que más allá de aportar salidas y soluciones a los inconvenientes lo que hacen es atacar al mensajero.
No soy especialista de ginecología ni de obstetricia, pero si me encuentro en posición de afirmar que ciertas reglas, término aceptado para definir la menstruación de la mujer- conllevan dolor, y hasta severo. Que ese dolor no es igual en cada mujer, también así lo cuentan ellas. Que ese dolor pueda impedir atender sus obligaciones laborales -al igual que una migraña severa lo hace y de la que si puedo hablar en primera persona- y por ello acceder a una baja laboral, no me cabe ninguna duda.
Me preocupa -es verdad- que ello sea una justificación para volver a discriminar a la mujer -más allá de lo que ya está- en su acceso al mercado laboral. Me preocupa -que mentes retrógradas- quieran comparar este “beneficio” con el que no tiene el hombre. Me preocupa que -sobre todo por los hombres- se pretenda utilizar el verdadero dolor e incomodidad que una mujer siente y padece en parte de su cuerpo sin darle el valor que se merecen. Me preocupa la falta de solidaridad y empatía, más allá de los supuestos abusos que provocaría esta medida y que ya algunos predicen.
Dicen, comentan, que la nueva ley del aborto se encuentra en su parte final de redacción después de múltiples negociaciones, incluso entre ministerios afectados. Un nuevo texto complementario del ya existente, y que no abre debate sobre lo sustancial, que incluye garantizar el aborto dentro de la sanidad pública; crear un registro de profesionales objetores de conciencia; permisos retribuidos a partir de la 36 semana de gestación; la ya comentada baja menstrual y, de nuevo la polémica, eliminar el fin del consentimiento paterno (ya he indicado que no materno, o de ambos) para los menores de 16 y 17 años. Recordemos que, según la Constitución, la mayoría legal en España es a los 18 años.
Es necesario buscar coherencia para nuestros actos y decisiones. La agresión no natural que sufre el cuerpo de una mujer con ocasión del aborto no impide que sea esta quien tenga el poder de decisión sobre su cuerpo.
De nuevo me pongo en segundo plano. Es ella la actora principal. Nadie más. Y merece el mayor de los respetos. Pero, es obvio que existe una incompatibilidad de normas. Si uno no es legalmente suficiente para tomar decisiones por sí mismo, aunque le afecten directamente por ser menor de edad, más allá de la mayor o menor madurez, deben ser sus padres o tutores quienes -como en otras cuestiones- tomen esa decisión. O lo uno, o lo otro. Para lo bueno, y para lo malo.