Recuerdo el acontecimiento, aunque no voy a decir como si fuese ayer. Lo curioso es que de lo de ayer hay cosas que no recuerdo. Tampoco serían importantes. Espero. La memoria, mi memoria, esa capacidad que dispone nuestro cerebro para retener información y de forma voluntaria recuperarla, ya va funcionando de forma selectiva. No es que sea despistado -creo no serlo- sino que me diluyo fácilmente. Seguro que la culpa la tiene el último buen caldo probado de la Denominación de Origen “Sierras de Málaga”. Leo la etiqueta: “Encaste 2017”, dice.
Presto atención al anuncio publicitario de un nuevo programa de televisión. Lleva por título algo parecido a ¿dónde estaba usted? Viene al caso de lo anterior porque con esa hábil pregunta trata de hacerte recordar donde te encontrabas en el momento que un importante suceso -tema real del programa- se había producido. Y, pasadas tantas efemérides del mismo, aunque algunos de ellos hayan supuesto cambios drásticos en nuestra forma de vivir y actuar, poca importancia tienen ya. Pero, con un sentido comercial, nos hacen recordarlo.
Acabo de trasladar a un disco duro externo las fotos de mi último viaje. Un pequeño artilugio con capacidad para no se cuantos terabytes. Por favor, no me hagan explicárselo. El caso es que allí puedes almacenar tal cantidad de fotos como para recordar donde estuviste incluso antes de nacer. Es evidente que esto último es una ironía. Solo admisible y ampliable hasta con nueve meses antes del parto. Por eso de la concepción que tienen algunos de “la vida” en el momento de la concepción. Pero ese es otro tema.
Aunque ya casi no se estila prefiero el álbum. El de fotos de toda la vida. Allí se recogen escenas familiares y personales que nos permiten ejercitar la memoria. Además, en algunos casos, solo basta mirar el dorso de la fotografía para que aparezca una fecha, unas letras que son una síntesis perfecta del suceso. Mas en las de blanco y negro. Ya después, con las fotos en color, con lo moderno, poco a poco hemos ido perdiendo costumbres tan primitivas. Y eso permite que flaquee nuestra memoria. Que se diluyan nuestros recuerdos.
Hace 47 años, en cierta iglesia de un barrio de mi Madrid se afanaban en una elegante y preciosa decoración, donde las flores blancas destacaban. Era mediodía. Al mismo tiempo, en otro barrio muy alejado del anterior, un servidor le daba patadas a un balón -alguna que otra también, al contrario- en un apasionante partido de fútbol. Me encomendé a la suerte: no podía lesionarme o que me lesionaran. A las cuatro y media tenía una crucial cita en esa iglesia. Llegué antes de la hora. Observé el decorado. Lo tenía claro. Ni por asomo podía ser más bello que quien poco después apareció saliendo de un elegante coche negro.
Ya no tengo edad para estos trajines pero que quieren que les diga. Ahora mismo repetiría jugar de nuevo ese partido. No solo eso. De hecho, lo voy a jugar cada año. Me quedan tres para conseguir el Balón de Oro. Esa sí que será una buena efeméride. No importa que no recuerde con exactitud todas las anteriores. Aunque, puestos a celebrarlo, no dejaré pasar la oportunidad esta noche. Con Encaste.