Cuando en 1896, fecha de inicio de los Juegos Olímpicos, se eligió un lema que los identificase, y que perdura hasta hoy, parece que acertaron plenamente. “Citius, altius, fortius”, que traducido del latín significa “Más rápido, más alto, más fuerte”. En este 2021, a modo de representación de la equidad y diversidad en el mundo, también tras un año muy difícil, se ha añadido la palabra “Communitae” (Juntos)”. Si cabe, tal y como podemos apreciar en las imágenes televisivas de este Tokio 2020, yo propongo añadir una palabra más al lema. Esa no es otra que: “Iuvenis”, y “más joven”.
Está generalmente aceptado que son los niños y los jóvenes quienes en una determinada etapa de su vida parecen absortos por los sueños, por la fantasía. Para que no les pille de sorpresa yo también reconozco estar en esa etapa. La de niño y joven no, la otra. El olimpo significa “lo más alto entre lo alto”. Ese es el nombre de la montaña más alta de Grecia. Allí moran y brillan, según la mitología griega, sus principales dioses. A la cabeza de ellos, Zeus. En lo más alto, cerca del cielo.
Y cerca del cielo se tiene que sentir ese deportista, y más en felicidad, que tras años y años de sacrificio personal logra subir a un cajón que le eleva en mayor o menor grado al olimpo. Quien se acerca a él, sin alcanzarlo, más allá de un primer momento de frustración y de tristeza, también debe sentirse orgulloso. Son otros muchos quienes no tienen la oportunidad de encontrarse entre los elegidos. Siempre por méritos, por marcas personales, mayor valor tienen quienes con una determinada edad -que no quiero decir avanzada pero que es así- continúan repitiendo citas olímpicas.
Y en el otro lado de la balanza niños y niñas -porque con doce, trece y catorce años uno lo es- dispuestas a competir, a jugar, a divertirse e, incluso y de forma sorprendente, a ganar. El pódium olímpico femenino de una nueva especialidad: el skateboarding, daba en la suma de las tres medallistas un total de ¡42 años! Trece para la medalla de oro, la japonesa Nishiya Momiji, los mismos para la plata de la brasileña Rayssa Leal y -fíjate tú- dieciséis ¡caray que mayor!, para la también japonesa Nakayama Funa, quien se hizo con el bronce. Y, aún así la ganadora, no superó esta insultante marca de juventud. Fue en 1936, en los juegos de Berlín, cuando Marjorie Gresting, en los saltos de trampolín logró el preciado metal de campeona olímpica conservando todavía el título de la más joven de la historia.
En todo este halo de felicidad solo hay una cuestión que me preocupa. De hecho y al haber sido padre de gimnasta de deportiva, rítmica y atletismo me preocupaba ya hace muchos años. Leo parte de las declaraciones de la subcampeona brasileña. Les recuerdo: trece años. “Pude realizar mi sueño y el de mi padre”. Me hace recordar episodios pasados que por desgracia se siguen sucediendo. La presión, la exigencia en el esfuerzo, el machaque mental, la dieta, el entreno, … los reconstituyentes. Todo unido para intentar alcanzar un sueño. Y a mi me preocupa no el sueño de la deportista. Me preocupa el del padre, la madre. Muchas veces malinterpretado.
Sin duda alguna llegar a niveles olímpicos -incluso sin conseguirlo- supone un enorme grado de sacrificio en el entreno. No se regala el lema. Para ser uno de los más altos, rápidos y fuertes hay que perseverar en el esfuerzo. Nuestra gran Laia Palau, capitana de nuestro equipo nacional de baloncesto femenino, subcampeona olímpica en 2016 y mucho más, hacía unas recientes declaraciones tras el ajustado resultado ante Corea del Sur. “Aquí no hay equipo fácil. Ni siquiera puedes ir a un súper y comprarte unas medallas olímpicas. No te las venden. Hay que ganárselas”.
Pero todo ese esfuerzo, especialmente desde muy joven, debe ir unido siempre con la alegría del juego. Hay que pasarlo bien. Hay que disfrutar. Con uno mismo y con sus compañeros, si se participa en equipo. De no conseguir el olimpo, reservados los laureles solo para tres, basta contentarse con haberlo intentado. Sin trampas. Sin presiones absurdas. El sueño del olimpo es tuyo, deportista. Los demás soñaremos con que tu puedas cumplirlo. Sin presión. Sin poner nunca en riesgo tu salud; tampoco tu felicidad.