Emociones

13/10/2022
El otro día me emocionaba y no sabía bien porqué. Era una emoción verdadera; no en todas las ocasiones uno lo sabe. La emoción puede surgir de pronto, de forma y manera inesperada. Es posible que otros te inciten a ella, aunque la que más se siente es aquella que, en solitario, te hace aflorar un suspiro. El emocionado suspiro del alma. 

Son los recuerdos los que también emocionan: los que fueron y ya pasaron, pero sobre todo los que uno quiere imaginar. Deseos, muchos de ellos incumplidos que se recuerdan. Emotivos deseos.

Y es que, emocionándote puedes sentirte feliz, aunque también infeliz, triste o abandonado. En ciertas ocasiones necesitas ayuda para sobrellevar las emociones. Otras, fuerzas tu máquina interna para no mostrar expresividad ante la situación. Expresividad interior. Pero ¿acaso es necesario controlar las emociones? ¿te benefician a ti o solo al entorno?

Uno se emociona escuchando un himno, una marcha. Una canción, con notas alegres. Otra diferente donde predomina la tristeza y la melancolía. Una letra, un texto. Conmemoraciones, recuerdos, personas. Cada uno de nosotros, de forma instintiva y casi nunca cuidada, buscamos en nuestro interior la representación de la emoción. Llegan momentos en que un pequeño pinchazo en tu corazón te dice que sí, que la emoción ha llegado hasta lo más profundo. Es un congojo. Un nudo. Es falta de aire. También puede ser un sueño.

No entiendo cual es la razón para que escondamos nuestras emociones. Hacernos ver tal y como somos y acorde a las circunstancias. Llorar no es fácil, pero muchas veces lo deseamos. Reír nos acerca a los demás, incluso cuando queremos estar alejados. Traspasar la línea de nuestro propio espejo supone transmitir una emoción contenida, presa de dimes y diretes, de miedos y desconfianzas. Supone exponerse, no al juicio de los demás, sino al tuyo propio. Al más estricto. A los miedos.

Me despierto emocionado. No logro recordar todo mi sueño. Más bien no recuerdo nada. Y, aún así, sin saber el motivo, sigo emocionado. Me doy cuenta que estoy a tiempo de enmendar mis errores; de acrecentar mis virtudes sin que se altere mi ego. De dar algo más de mí. Miro alrededor. Nadie me ve. Introduzco la mano dentro de mi corazón. Casi lo palpo ¡ahora, sí, ya lo tengo! ¡Gracias!, empezaba a sufrir. Si fuera joven diría que he notado un gran subidón. No ha sido así -por lo de joven, me refiero- pero estoy de suerte. Mis emociones todavía siguen conmigo.
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