Etnología, el museo imprescindible de una ciudad

02/06/2022
La palabreja, por rara, se presta a poca atención. De hecho, si uno la ve publicitada en algún mural, a la entrada de un edificio o en cualquier cartel no es extraño que, de entrar, pida un chato de vino. Quien así lo hiciese tampoco es que ande muy descaminado al confundirla con enología. Al fin y al cabo, ¡que es una te de más o de menos! Por supuesto, como este no es un artículo nada científico, tampoco quiero confundirles con lo etnográfico. 

Siempre me llamó la atención, ya de joven, como se formaban nuestras palabras. Me refiero ahora, en concreto, a las de nuestro querido castellano. Viene bien, aquí, recordarlo. “Etnología”, contiene raíces griegas. Y sí, como en casi todas las palabras, sus componentes léxicos son varios. “Ethnos”, significa nación, pueblo. “Logos”, tratado, estudio. En su final el sufijo -ía, nos indica la cualidad. Por tanto, podemos definir a “etnología” como la ciencia que estudia las costumbres de los pueblos humanos.

Acabo de regresar de Menorca. Una pequeña y preciosa isla de las Illes Baleares. Me sorprendió muy gratamente la visita al Museu de Menorca, en Mahón, en un precioso edificio como es el Convento de San Francisco. El Museo es el centro de referencia para la puesta en valor y difusión del patrimonio y del paisaje cultural de Menorca. Abarca la historia desde todas las fuentes posibles: la arqueología, la etnografía, el arte.

En Ciutadella, en otro señorial edificio, Can Saura, se localiza el Museu de la ciudad. Alejado de ese discurso único de la arqueología (que me perdonen mis queridos amigos), trata de dar una visión más completa de la ciudad con la inestimable ayuda de la tecnología. Y, a buena fe que lo consiguen.

Las anteriores son las dos poblaciones más importantes de la isla, una de ellas la capital, y de mayor número de habitantes. Sin embargo, Sant Lluís, con tan solo 6900 habitantes, también posee su Museu Etnológico. Situado sobre la edificación de su Molí de Dalt, que junto al de Enmig (en medio) y el de Baix (abajo) vienen a caracterizar a esta villa fundada por los franceses, el pequeño museo etnológico recoge unas colecciones de herramientas de campo dando un repaso evolutivo a la vida doméstica tradicional rural, y a otros aspectos históricos.

Y todo esto contrasta con la ciudad donde resido: Marbella. Que, vaya por adelantado, tiene historia. Mucha historia. Desde la Prehistoria (Paleolítico y Neolítico), pasando por los fenicios, romanos, visigodos y, por siglos, los árabes. En 1485 pasa ya a manos cristianas.

La instalación, en el siglo XIX, de los primeros altos hornos de España que aprovechaban el hierro de las minas de Sierra Blanca. La Torre del Cable, testigo de ese pasado. Como lo es el pasado agrícola y pesquero de la ahora ciudad, antes que fuese “descubierta” para el turismo. Marbella ha pasado de ser un pueblo a una gran población, con un censo de 148.000 habitantes. ¿Pueden ustedes creerse que aquí no existe un Museo de la Ciudad? Un museo etnológico que haga saber a paisanos y visitantes nuestro patrimonio, nuestra historia, nuestras costumbres y cultura.

Falta poco tiempo para las elecciones municipales. Da lo mismo desde que pueblo o ciudad están ustedes leyendo esto. En mi caso, desde Marbella, más que un ruego ya como una exigencia, hago extensible a todos los partidos y candidaturas que se presenten que incluyan en su programa electoral -para que sea cumplido antes de la mitad de su mandato- la adecuación de un Museo Etnológico. Un museo imprescindible para una ciudad. Más que sus propios cargos.

 
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