Desde tiempos ancestrales el ser humano viene haciendo uso del fuego para provecho propio. Los primeros restos de su uso datan, aproximadamente del 1000 a.C., antes de nuestra era.
Se encontró en los yacimientos keniatas de Koobi Fora y Chesowanja, así como en los etíopes de Bodo y Gaded. Sin embargo, los australopitecos, antepasados también aunque no propiamente seres humanos, con un cerebro muy pequeño y andando en posición semi-erguida, como los simios, fueron quienes descubrieron el fuego. Lo prueban los troncos carbonizados encontrados con una antigüedad entre 1.500.000 y 1.400.000 años.
Cuestión diferente es como surge el fuego y, posiblemente, no lo fue por la mano del hombre sino de forma más natural: la caída de un rayo sobre un árbol o, también, consecuencia de una erupción volcánica. El hecho es que el hombre prehistórico, casi antes de productor de fuego, pasó a ser un recolector del mismo. Antes de conocer como crearlo, había que saber como mantenerlo una vez producido.
Repaso un reportaje leído en la revista National Geographic y que, por su interés, me llevó a otro de la revista mexicana “Memoria”, titulado “Dialéctica del fuego”, firmado por Elina Malamud.
En ellos se menciona a Sydney Possuelo. Explorador brasileño, activista social y experto de sociedades indígenas, creador en su época de funcionario del Departamento de Indígenas Aislados, explica como algunos indios todavía conservan fuegos encendidos por sus antepasados en el interior de troncos con los que, además, se desplazan a todas partes.
Possuelo describe las formas de cultivo de roza y quema tal como las practican las comunidades indígenas amazónicas y que pudieran asemejarse mucho a las que utilizaban nuestros antepasados prehistóricos ya mencionados.
“En pequeños espacios de bosque, que se despejan siempre bajo fuego controlado, se desbroza y se siembra con la ayuda fertilizante de las cenizas. Esta forma de siembra se repetirá hasta que la tierra, con la que se vive en estrecha intimidad, les avise que necesita descansar, que es hora de abrir otro espacio, siempre reglado por los permisos que ella les dé. Porque la tierra sabia le enseñó al indio la página de la dialéctica materialista donde dice que la acumulación de cambios cuantitativos, inadvertidos y graduales, eclosiona de pronto en el cambio cualitativo, de manera que si no se la cuida, la selva, un día, derivará en desierto”.
Continúa, cuando en la mañana del viernes escribo este artículo, el incendio originado y previsiblemente provocado en Sierra Bermeja (Málaga), y que lleva ya arrasadas miles de hectáreas. Son estas las que no se quemaron en el mismo lugar, en setiembre del pasado año. Allí los indeseables autores utilizaron líquido inflamable para convertir la sierra en desierto.
En este nuevo, desde mi terraza, después de mirar al cielo y ver como los aviones continúan navegando sin cesar para reducirlo, para eliminarlo, para que la gran boina de humo desaparezca, ante la impotencia de tanto desalmado, solo quisiera recordar de nuevo a Sydney Possuelo.
“El hombre blanco maneja otras dimensiones de su derecho al fuego. En este gran descamino habrá una india, con nombre, asomándose al borde de la espesura para mirar acongojada los incendios que, para algunos limpian, pero para ella van ahogando su selva”.
Mi selva, mi bosque, mi montaña, mi vida. “Porca miseria”