Antes de ayer, según la fecha de publicación de este artículo que quizá no de la lectura del lector, si es que se llega a leer, se cumplían veinte años de la pérdida de Miguel Gila, el gran maestro del humor de nuestro pasado siglo.
En sus memorias escribe él: “… tuve que romper mi carné de las Juventudes Socialistas; pero la ideología que mamé en mi niñez, en mi casa de gente humilde y en las fábricas o talleres donde trabajé, sigue latente en mí. Lo que van a leer (sus memorias) es el testimonio de un hombre que fue joven en una generación en la que el hambre, las humillaciones y los miedos eran los alimentos que nos nutrían”. Gila, dicen los cronistas, murió arruinado.
Fidel Castro, hijo de un emigrado español de origen muy humilde, desde México donde se encontraba exiliado, planeó y encabezó en 1956 la invasión guerrillera de la isla para, finalmente tres años después, en el mes de enero, encabezar la Revolución cubana derrocando a la dictadura de Fulgencio Batista. Murió hace escasos cinco años. Distintas versiones existen para conocer cual era la situación económica legada.
Dados los actuales hechos en Cuba me resulta muy elocuente esta reseña de su discurso a su llegada triunfal a La Habana en enero de 1959. Decía él: “La tiranía ha sido derrocada. La alegría es inmensa. Y sin embargo, queda mucho por hacer todavía. No nos engañemos creyendo que en lo adelante todo será fácil; quizás en lo adelante todo sea más difícil. Decir la verdad es el primer deber de todo revolucionario. Engañar al pueblo, despertarle engañosas ilusiones, siempre traería las peores consecuencias, y estimo que al pueblo hay que alertarlo contra el exceso de optimismo”.
¡Arriba ese ánimo!, les diría Gila ahora a todos los cubanos. Y no es porque Cuba esté ahora en una situación que más equivale a un velatorio. El velatorio por la libertad. Mejor dicho, porque no haya que velar por este preciado bien del individuo.
El maestro del humor se las ingeniaba para hacerlo de cualquier desgracia. La guerra, la triste guerra -porque todas son crueles y conllevan tristeza- era una de ellas. ¿Oiga, es el enemigo? ¿Ustedes podrían parar la guerra un momento? La pregunta, siempre por teléfono y a pesar que ahora por “problemas técnicos” las comunicaciones no se encuentren operativas en la bella isla, se la haría a Miguel Díaz-Canel. El actual Presidente de Cuba y cachorro castrista.
Si acaso añadiría: “¿Ustedes van avanzar mañana? ¿Y a qué hora? Pero, a las siete de la mañana estamos todos acostados. ¿Y no pueden atacar por la tarde? ¿Y, van a venir muchos? Yo no sé si habrá balas para tantos”. En este caso -este añadido es mío- lamentablemente ha habido malditas suficientes balas para algunos, siempre muchos, y del mismo lado.
“Señorita, quiero hablar con los Estados Unidos. Con todos no, con uno. Con Washington. Oiga ¿está el encargado. El Clinton? Que se ponga. Oye Clinton. ¡Anda que la que estáis armando! Vaya follón”. Desconozco, también esto es añadido mío, si la irónica llamada pueda ser con Washington o mas bien con Miami. Seguro que más de una se ha producido. Con Miami.
Estoy convencido que Fidel se hubiese reído con Gila, como dicen lo hacía Carmen Polo. En otra de sus grandes actuaciones: “Un pobre muy pobre”, -menos conocida del público- nos lanza nuevas reflexiones. “Yo sé que siendo tan pobre, tan pobre, no tendría que hacer lo que hago. Sería distinto si fuese millonario. Si alguna vez como algo es porque hay gente buena, que me da algún sobrante de la comida. Yo sé que hay otros que tienen chalets, y cocineras, y no pasan hambre”.
Les aconsejo que lo visionen y escuchen. Realmente está dedicado a la madre. Aunque yo, si me lo permiten, si me lo permite la buena gente de ese querido pueblo cubano, se lo dedicaría a ellos. No a los millonarios, que los hay. No a los que tienen chalets y cocineras. A los que tienen privilegios. Se lo dedicaría, se lo dedico, a quienes buscan por ese anhelado agujero un mínimo ápice de libertad. Lo decía Fidel, sí. “Engañar al pueblo, despertarle engañosas ilusiones, siempre traería las peores consecuencias”. ¡Ahora es el momento! ¡No seáis gilicastros!