Hoy, al abrir mi correo, el electrónico pues del otro ya casi nada recibo salvo en elecciones, me he encontrado con una gran sorpresa. Sorpresa por inesperada porque si no, la sorpresa es nula.
La directora general de relaciones institucionales y de otros asuntos menores -creo que es aquí donde yo me encuadro- una vez compulsadas las calificaciones otorgadas por el catedrático de estructura básica del pliegue y la doblez, el señor Kamikora, tiene el placer de invitarme al acto de mi graduación. Ya soy un titulado en origami, que queda más chulo que decir de papiroflexia.
Es lo que tienen los actos de graduación. Más allá que, a la conclusión de los mismos, te reconozcan el mérito y tus estudios; que te den un diploma, con orla o sin ella, lo más chulo es -como en misa- la concelebración del acto de graduación. Con toga, con la banda de graduación -ojo al color- y, para darle más pompa, con birrete. Sí, ese sombrerete que se ha quedado a medias entre el del guardia civil y la pamela de la fiesta de Ascot.
Lo que antes parecía darse solo en universidades ahora es moda para cualquier curso. Y claro, no les falta razón. Si la razón es que uno ya es egresado al acabar cierto grado de formación y estudios pues razón de más para celebrar actos de graduación de escuela universitaria; de final de bachillerato superior, también del medio o del internacional; el de secundaria; el de primaria, de 6 a 11 años; el de infantil de segundo ciclo, de 3 a 5 años y, como no, por favor como no vamos a graduarnos, al finalizar la guardería, con 1 o 2 añitos, en eso que llaman educación infantil de primer ciclo.
Así que, ahí me tienes a mí, abuelo de turno, al igual que hicieron el rey Felipe y la reina Letizia, desplazándose a Gales para asistir al de la princesa Leonor, celebrando la graduación de mis nietas que todavía no han alcanzado los 3 y 6 años, sin que ellas sepan muy bien de que va esto.
¡Viva la fiesta!, el ornato, la asociación de madres y padres, el de la megafonía y la música, viva la mami que se ha currado el trajecito de gala, olé por las frases bonitas en los discursos de presentación de las profes: “la graduación es el primer paso hacia el establecimiento de una vida autónoma”, o, “los fuegos artificiales comienzan hoy. Cada diploma es un fósforo encendido y tú la mecha”. Ahí, lo reconozco, ya no sabía donde meterme y, directamente, pedí que me pusieran una copa. No la del trofeo, no. La otra. La del fósforo encendido y la mecha.
Esto es lo que tienen las graduaciones. Luego, no me extraña, que hasta las financieras y los bancos las defiendan. Llega mayo y comienzan a recibir solicitudes de préstamos. ¿Motivo?, inquiere el profesional. Es para mayo y junio. Tenemos la comunión de los niños y, por supuesto, la graduación. ¡Ah, claro! Sin problema. ¿Y de qué se gradúan? De origami, señor. De origami. Al tiempo.