Influencers, barbies, sandalias y demás manipuladores

03/08/2023
Me he encontrado hoy con una Barbie. Iba algo despistada y confundida. Se había perdido, me ha dicho. De inmediato, ha rectificado. He huido. Por favor, no me devuelvas a esa casa. No sabía que hacer. Si creerla o no. Pero, era una Barbie. ¿Cómo vas a hacer algo en contra de ella? De una Barbie. 

Por mas que analizaba la situación había algo que me intranquilizaba. Ella, que decía ser una Barbie, llevaba sandalias. ¿Como es eso posible? Las Barbies de verdad llevan zapatos con altos tacones; tacones muy altos que hacen estilizar su figura de Barbie. He estado a punto de devolverla a esa casa.

¡No, por favor! ¡Sobretodo, a esa casa no! La casa, por extraño que parezca, se encontraba dentro de un móvil. Mi incredulidad iba en aumento. Eso no puede ser, Barbie. Le inquirí. Pero ella insistía que sí. Que, en realidad, toda su vida se encuentra dentro de esos aparatos cada vez más sofisticados. Es cierto que la casa era bonita. Muy bonita diría yo. E hizo, ella, la Barbie, que me fijase bien en quien asomaba a la ventana.

No le reconocía. Mejor dicho, no le conocía, pero era cierto que se vislumbraba un rostro. La Barbie me aconsejó que ampliase el zoom a lo máximo: x2, x4, x6 y hasta 10. La Barbie mostró cierto desagrado. Mi aparato, al no ser muy actual, no daba más. Mira, mira bien, me dijo. Allí está quien me ha retenido. Es un “influencer”, que junto a su pareja, también “influencer”, estaban abusando de mí mostrándome a sus seguidores.

Ellos me han quitado mis preciosos zapatos a pesar que así, descalza, se alivia mi dolor de espalda. Les he escuchado una conversación por la que una marca de sandalias les ofrecía más dinero para publicitarme con ellas puestas. Yo. Una Barbie de verdad. Con sandalias.

Definitivamente, debía de ayudar a la Barbie. Reconozco que no me caen muy bien los y las “influencer”. Los entiendo como manipuladores de conciencias. De conciencias jóvenes e inmaduras, y otras no tanto. Alentadores de un consumo no necesario. Productores, y ellos mismos productos, de un marketing desmedido en ocasiones engañoso. Como la Barbie. Producto y productora.

No sabía como resolver esta situación. Me acordé que no estaba muy alejado de la tienda de Ángel. Ángel, curiosamente así se llamaba mi tío, un magnífico artesano de la forja, había reciclado su actividad a la reparación de juguetes antiguos. Él decía que no los reparaba. Que no se puede reparar algo que tiene vida. Que se limitaba a entrarlos en quirófano; a calmar sus dolencias incluso con alguna que otra prótesis.

Nada más verme con la Barbie, sin mediar palabra y leyendo mis pensamientos, me hizo entrar. No te preocupes, Barbie. Aquí no te encontrarán los “influencer”. No les interesa nada de esto. Además, tú serás más feliz. Quédate junto a Barriguitas. Ella llamará a la Chochona, a la Nancy, a Peinaditas y a Pupitas. Después podréis ir a ver a Mariquita Pérez, siempre tan guapa. Yo, ahora vengo.

Salí tranquilo de la tienda de Ángel. Me despidió con un fuerte apretón de manos. Le prometí una cosa. Que volvía con muchos vestidos para las muñecas. Me había dado cuenta que todas, o casi todas, estaban desnudas. No te preocupes, me dijo. Eso es que hace muy poco rato han estado aquí mis nietas. Y ¿sabes? Lo que más les encanta es vestir y desvestirlas.

Al final, hacen volar sus sueños, las llevan a todos lados, desnudas. Consigamos que sigan así y nunca se dejen influenciar por manipuladores. Miré a la Barbie. Desnuda, ella sonreía. Yo también.
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