A principios de esta semana fueron muchos los ciudadanos del mundo que entraron casi en pánico por una falta de comunicación. Tres de las más importantes redes sociales, curiosamente de la misma fuente accionarial, quedaron silenciadas por unas escasas horas. Para algunos, siempre demasiados, aquello era una catástrofe. Solo les faltaba entrar en celo y no ser correspondidos.
Tengo el privilegio de escribir el artículo de hoy emplazado en una pequeña población a las faldas de la Sierra de Gredos. Pasado ya el mes de setiembre aún continúan recibiéndose unos sonidos que anuncian y conforman uno de los espectáculos naturales que más puede sorprender y característico del otoño. Mis oídos, también mi vista, se concentran tanto en ello que poco me importa que las cotizaciones bursátiles hagan bajar las empresas del señor Zuckerberg.
La berrea del ciervo, conocida así por los impresionantes sonidos guturales que emiten los machos con el fin de atraer a su territorio a las hembras todavía se encuentra presente en el valle de La Vera del Tiétar.
Tengo que ser cuidadoso y preciso en marcar mi territorio para no ser avistado y espantar a la manada. No trato, al igual que si lo hace el macho, en demostrar ser el más fuerte. A estas alturas de mi vida tampoco lucho por asegurar mi descendencia; por poseer un harén de hembras. Pero si lo observo en el proceder y ritual anual de este bello animal.
En ocasiones, esta bella forma de comunicación, estos espectaculares bramidos, provocan peleas encarnizadas. El cortejo de seducción tiene un coste que aunque en raras ocasiones pueda resultar trágico si puede ocasionar graves heridas por la aparatosidad en el choque de sus cornamentas. Curiosamente las hembras no intervendrán en disputa alguna y quedarán a la espera del resultado final bajo una atenta mirada.
Esta batalla épica por el favor de una hembra, por tratar de copular con ella, se aúna con el deseo de la misma de desear que sus futuras crías tengan el mejor material genético que les permita ser el más fuerte en su futura batalla.
Le doy valor a las horas ganadas en mi vida -más de seis dicen- sin poder comunicarme por redes sociales. También le doy valor a que se hayan recuperado y puedan ustedes, gracias a ellas, leer este artículo. Más valor tiene estar presenciando en vivo y en directo esta berrea desde Talayuela, al norte de la provincia de Cáceres, muy cerca del Parque Nacional de Monfragüe.
Hace año y medio, en un lugar del Pacífico de cuyo nombre no logro acordarme, Toni y Pilar prometieron que esta oportunidad se produciría. No utilizaron las redes sociales. Lo dijeron cara a cara, y lo han cumplido. Gracias, amigos, por esta inolvidable berrea.