Sonidos, colores y olores de una semana de pasión conclusa. Tampoco han faltado lágrimas, llantos y sollozos, generalmente en el preludio de una tarde lluviosa. Piropos en forma de gritos; cánticos desde el alféizar de una ventana, de un balcón. Incluso, a pie y con arma en mano, se es capaz de entonar para hacer una mínima y repetitiva representación de una pieza de cuplé. Todo eso y mucho más.
Este año, al parecer ya superada la crisis política con Marruecos -que por suerte no ha sido militar-, la interpretación por La Legión de su adaptado himno: “El novio de la muerte”, pudiera tener mayor sentido. Recordaba cuando Marta Sánchez interpretaba “Soldados del amor”, a bordo de la fragata Numancia, en la Nochebuena de 1990, y dirigida a nuestras tropas en el Golfo Pérsico. La gran diferencia era que, en 1990, los soldados si estaban de misión.
El uso y presencia de los mandos y tropa de las Fuerzas Armadas, incluyendo a la Guardia Civil, así como a la Policía Nacional, Autonómica o Local, en este tipo de celebraciones o conmemoración resulta totalmente inadecuado. Y lo es, también, la presencia y desfile de cargos públicos como alcaldes y alcaldesas, concejales y concejalas o cualesquiera otro, que no en nombre de su persona sino, repito, de su cargo.
Desde 1978, la Constitución que nos hemos dado -más allá de una nueva y necesaria actualización y reforma- indica en el artículo 16 -Sección 1ª- que “ninguna confesión tendrá carácter estatal”. Es decir, España es un Estado aconfesional. Es cierto que no debemos confundir con el laicismo imperante en Francia. Además, se añade que “los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones” ¿Cómo interpretar esa cooperación?
Este año, por fin, y a mi parecer poco comentada la noticia, Felipe VI, encabezando a toda la Familia Real, ha declinado acudir a la tradicional misa de Pascua que se celebraba en Palma. Lo ha hecho como un gesto, de nuevo para diferenciarse del reinado anterior, pero con mayor peso de fondo: se debe limitar la religión al ámbito privado. Y no puedo estar más de acuerdo, aunque de siempre haya defendido esa idea. Un servidor, que ahora y me alegro también lo haga el Rey.
Los actos religiosos, y no cabe duda que la Semana Santa lo es -además de ser considerada en determinados lugares como “Fiesta de Interés Turístico Nacional e Internacional”- tienen que quedar para el ámbito privado. De hecho, nuestra fe o creencia, nunca será discutida ni discutible y también está amparada por la Constitución. Es por ello que la participación en estos actos en absoluto puede ser en razón de cargo público y sí, dentro de lo privado.
Los legionarios y sus mandos, costeado su traslado, estancia y manutención por quien los haya contratado -que presupongo son las cofradías que a su vez reciben subvenciones públicas- deben de aparcar sus armas; sus medallas y galones y, como otros nazarenos participar en el cortejo como bien crean particularmente conveniente, pero nunca con su uniforme y su representatividad. Si el Rey, como jefe supremo de las Fuerzas Armadas elude esta presencia y participación, no entiendo como ese traslado de la cadena de mando no llega a sus subordinados.
La Fiesta de la Semana Santa (con cuplé o sin él); la de “Eid al Adha”, o fiesta del sacrificio para los musulmanes; la “Hanukkah o Janucá” de los judíos, la de Pentecostés de la Iglesia Ortodoxa, o cualquier otra que se celebre en nuestra querida España está “garantizada por la libertad ideológica, religiosa y de culto de cualquier individuo sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por Ley”. También reza la Constitución. Para creyentes, o no.