La fina línea entre el rencor y el odio

29/04/2021
Han pasado ya más de ochenta años, fecha en la que terminó nuestra contienda civil, y no restañen las heridas. Parece ser que necesitaremos de más plomo, un metal mucho más pesado que el estaño. Como ustedes ya han sabido captar la ironía, ahora -que también antes- lo enviamos por correo y en forma de balas. No hemos aprendido nada. Sigue sin gustarnos la historia. El motivo es evidente. La historia que nos gusta es solo la personal. Como mucho la ampliamos a “la de los míos”, a lo que uno piensa.  

Hace pocos días Voltaire era citado en una de las redes sociales por un amigo. Decía su cita: “La política es el camino para que los hombres sin principios puedan dirigir a los hombres sin memoria”. Cada uno puede buscar -propicio y les invito a hacerlo- distintas analogías en el fondo de esta reflexión. Seguro las de ustedes tienen más lógica y fundamento que la mía. Que yo haya recurrido a ella es para destacar que en estos momentos son los hombres sin memoria los que provocan hombres sin principios.

Los archivos de nuestra reciente historia, por mor de poner en peligro la seguridad nacional, no se encuentren abiertos a los historiadores y a la ciudadanía en general. Ello nos coloca frente a graves riesgos. No solo el de la ignorancia, que ya es un peligro máxime cuando el ignorante utiliza y difunde los datos en su provecho. También el de hurtarnos de una interpretación más plausible de los hechos. Así, generación tras generación, continuamos incurriendo en el mismo error.

Me pregunto, me asombro y admiro, como en países de nuestro entorno con situaciones tan trágicas como la nuestra supieron resolver esta cuestión. Seguro que no exentos de dificultad y polémica, pero con valentía y decisión. Nuestra guerra civil y su contorno, el antes y el largo después está mucho más cerca que la Guerra Santa, o de las Cruzadas, que el descubrimiento de las Indias y las Américas. Aunque, también de estas se nos ha enseñado lo que en cada momento se quería.

Se nos hace muy duro comprender que es el conocimiento y la asunción de nuestra historia la que nos debe convertir en personas tolerantes, en hombres con memoria y con principios; con argumentos con los que podamos contradecir a Voltaire. Contradecir y execrar sin contemplaciones cualquiera de las proclamas que causan rencor y se encaminan al odio. Sin pero alguno. Ninguna excusa. No hay postura intermedia. Y mas si esa consiste en incriminar al contrario para no querer reconocer que lo que sucede en campo propio resulta intolerable. Venimos del “y los otros también” para pasar al “y tú más”. Hay hechos que no pueden ofrecer ningún tipo de duda salvo que se pongan en grave riesgo los mínimos principios éticos.

Quienes al día de hoy ya son centenarios en años habían adquirido la mayoría de edad una vez acabada nuestra Guerra Civil. Consulto el INE, a 2019, y son tan solo 16.387 ciudadanos. Hijos de esa generación lo son quienes ostenten ahora entre los ochenta y la centena. De estos últimos somos hijos quienes, mas o menos, tenemos entre sesenta y ochenta años. Educados en plena dictadura. Todos aquellos que cuenten con 46 años, o menos, han nacido y se han educado en democracia. A groso modo representan poco más de la mitad de nuestra población.

Y las redes sociales arden. De desprecio; de intolerancia; de reproches; de rencor; de absurdas trifulcas; de muy poca sensibilidad; de malas formas e insultos; de incultos pero también de cultos, o que se les supone. Y de ahí al odio,… de ahí al odio solo quedas tú.

Porque ¿Son los políticos los culpables? ¿Son ellos los que alientan, promueven y provocan esta situación? ¿Son los medios de comunicación y sus profesionales? ¿Lo son las instituciones: altas, bajas o medias? ¿Lo es la Iglesia? ¿Los planes de educación? ¿Los historiadores y los maestros que no han sabido interpretar y explicar nuestra historia? ¿Lo es el Gobierno? ¿O quizá la oposición? ¿Es por culpa de la extrema, la de la derecha o la de la izquierda? ¿O es por que no hay centro?

En un anterior artículo reflexionaba sobre si nosotros nunca tenemos la culpa. Vuelvo a hacerlo porque sigue pareciendo que es nuestro prójimo quien siempre provoca, y solo a él deben ir dirigidas todas las críticas. Me asusta y me preocupa esta forma de verlo. Aún cuando no tengamos todos los datos para conocer de verdad nuestra reciente historia, solo de nosotros depende que no lleguemos a esa fina línea entre el rencor y el odio. Tengamos en cuenta que un pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla. Si de verdad nos sentimos adultos pongámonos a trabajar para demostrar a nuestra siguiente generación que existe una mejor sociedad donde vivir en tolerancia. Y, si de movilizar se trata, hagámoslo con las ideas y no con las emociones. 
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