El Partido Popular, después de haber sido el claro ganador de las últimas elecciones municipales con el 31,53% de los votos vs el 28,12% del PSOE -763.000 votantes de diferencia-, ha vuelto a ganar en las elecciones generales del pasado domingo. Lo hace con una diferencia menor (1,35% vs 3,41%) pero reduciéndose el margen de votantes a 330.000.
Lo anterior, ante la gran incredulidad de las afamadas agencias demoscópicas y alguno de sus gurús, de los grandes medios de comunicación de nuestro país y -de forma exacerbada- de algunos de sus directores o comunicadores. Éstos, ya colocaban en la cabeza de Feijoó el “laurus nobilis”, ese trofeo que introdujeron los griegos como recompensa honorífica para los vencedores de los concursos. De hecho, puede hacerlo como ganador aunque me da que las hojas de laurel se caerán enseguida por secas. En el PP, algunos de sus dirigentes, a tan solo dos días de conocerse vencedores, manifiestan que no hay nada que celebrar.
Se equivocan rotundamente, salvo que desprecien como en muchas ocasiones ponen de manifiesto nuestro sistema democrático. Hay mucho que celebrar porque lo que los votantes eligen -los españoles, como a algunos les gusta decir- es siempre lo acertado. Y si no lo quieren celebrar -que en su derecho están- que se miren su ombligo sin excusarse en los demás. Ni siquiera en la calurosa climatología de julio como tampoco se hizo en el día desapacible, con lluvia y mucho frío en general de las anteriores de 2.019. Es un hecho que la participación ha subido con lo que absurda acusación se desmorona por sí sola.
Cuando el presidente Sánchez convocó elecciones generales, de forma inmediata tras el gran fracaso electoral de las municipales y autonómicas, lo hizo para que fuese la ciudadanía la que decidiese que camino seguir. Fue una apuesta valiente y arriesgada y, por mucho que se criticase, leal a unos principios democráticos.
Se trataba de clarificar si los votantes querían el camino ofertado por el PP y VOX, su socio de gobierno ya consolidado en importantes comunidades autónomas, que proponían -y siguen en ello- retroceder en derechos sociales y libertades conseguidos o, por el contrario, continuar con más reformas de calado progresista afianzando -y por ello ser reconocido por los organismos internacionales- nuestra situación económica y de país. Aunque a todos les gusta ser claros ganadores era también obvio -y así se reconocía- que esto último sería necesario realizarlo bajo acuerdos entre PSOE, SUMAR y otras fuerzas del mismo segmento ideológico. Dicho de otra forma, sin entrar en peyorativos: o el bloque de la derecha o el de la izquierda.
Y el resultado -mal que le pese al PP, a Feijoó y a sus votantes o simpatizantes- ha sido el que ha sido. Es muy triste y descorazonador leer y escuchar graves descalificativos hacia los representantes y votantes de esas formaciones -cierto es que minoritarias en votos- que su ideario y propósito no coincide con el nuestro. De verdad, ¿qué derecho se tiene a ello? ¿por qué lo que uno piensa es superior y prevalente a lo del otro? ¿acaso tendríamos no dejar votar a quien no vote como yo?
El caldo de cultivo en la estigmatización de partidos como EH Bildu, ERC, JxCAT, BNG, PNV, con un total de 26 diputados, no es el mismo que los de tan solo 2 de CCa (Coalición Canaria) y de UPN, a pesar que su porcentaje de convocatoria ha sido bastante menor que en los anteriores comicios. Las expresiones de “bilduetarras”, “traidores de la patria”, “indepes o secesionistas”, “que te vote Txapote”, siguen creando odio y rencor -repito de nuevo el término- entre españoles. Entre algunos españoles.
Viene quedando demostrado desde hace varios comicios que en España ya no existe terrorismo; que no se ha fragmentado; que no existe proceso alguno de autodeterminación o independencia; que la situación general en Euskadi, y especialmente Catalunya, es muy diferente a cuando se produjeron los graves hechos por todos conocidos.
Cada uno está en su perfecto derecho constitucional de defender y proponer situaciones que, para otros, puedan resultar extremas e inconcebibles. Incluso consideradas como una entelequia. De llegar a ellas lo será siempre al amparo del texto constitucional. Como del actual no es posible, está claro que para conseguirlo ha de ser modificado. Y, para ser modificado, se necesita una muy amplia mayoría en el Congreso de los Diputados que, por sí solos, no tienen ahora mismo ni siquiera PP ni PSOE. ¿Dónde está el problema, entonces? ¿Dónde están los miedos? Se lo respondo. Los miedos están en ni siquiera dar la oportunidad al diálogo. En tachar y eliminar no solo al adversario, también a sus ideas. En cercenar cualquier pensamiento que no sea el de uno. Y eso tiene una definición que la dejo en manos de los lectores.
El señor Feijoó tiene todo el derecho -como ganador de las elecciones- a ser propuesto en primera instancia e intentar forma gobierno. Salvo que considere una renuncia igual a la de su antecesor Rajoy, debe buscar los apoyos suficientes para su investidura.
Pero, seamos serios y coherentes. No se puede pedir una abstención en favor de la lista más votada cuando uno no la ha ejercitado antes. Cuando uno ha estado en contra de forma repetitiva en todas las grandes decisiones de nuestro país, incluso cuando afectaban a la imagen internacional. No se puede pedir ayuda cuando uno no ha conseguido sus resultados a pesar de esa mano lanzada a la extrema derecha. Cuando se ha torpedeado y puestos tantos palos en la rueda para que las instituciones del país no se renueven en tiempo y forma. Cuando -ya parecen anunciarlo- harán lo mismo en el Senado gracias a su mayoría absoluta. Así no.
De no conseguir Feijoó su objetivo de presidencia debe dejar que sea el candidato y presidente Sánchez el que intente esa mayoría en la cámara para ser reelegido. No puede dejarse llevar por esas traicioneras declaraciones de unión de sus barones. Solo cabe recordar lo que le ocurrió a Casado. Quizá todos coincidamos en que una repetición electoral no sea lo deseado, aunque para eso está la democracia.
En definitiva. Feijoó no debe caer en la impaciencia. Si los votantes no le han dado su favor en el logro de su objetivo para “cargarse el sanchismo”, tiene que pensar en otras fórmulas que no provoquen que su oponente gane en escaños; que su socio ultraderechista le escore todavía mas. Todos tenemos derecho a conocer que quiere ahora el PP. El PP de Feijoó o el de la señora Ayuso. Han tenido una nueva oportunidad. O la saben aprovechar con los números o se ponen a un lado. El país, España, necesita progresar. Ese es el fin de la democracia.