Una brújula no se entendería sin su norte. Esa cajita, en cuyo interior una aguja imantada gira señalando el norte magnético, nos permite decidir que dirección tomar. Ello nos da seguridad, confianza y menor posibilidad de riesgo, quizá también de aventura. Pero ¿qué ocurriría si nuestra brújula no tuviese esa aguja? ¿estaríamos perdidos? ¿o, simplemente, sin llegar al destino predeterminado lo haríamos a otros nuevos?
Releyendo ayer una cita de “El Quijote, la magistral obra de Miguel de Cervantes, decía Don Quijote a su fiel escudero: “Sábete Sancho, todas esas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de serenar el tiempo y han de sucedernos bien las cosas; porque no es posible que el mal ni el bien sean durables, y de aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien ya está cerca”.
Estoy muy seguro que Alonso Quijano no disponía todavía de una brújula. Y si ello fuere así su norte, al igual que en ocasiones su juicio, se encontraba como mínimo perdido, fuera de su control. Al parecer es lo que en buen número de ocasiones ha venido a ocurrir en este 2020 que ya hemos despedido. Unos, es posible que la gran mayoría, lo han hecho con gran algarabía. Maldiciéndole, despreciándole, incluso sin que pudiera sentirlo hasta insultándole. Es verdad que nos ha puesto a prueba a todos. Pero, al hilo de lo que decía el ingenioso hidalgo: “habiendo durado mucho el mal, el bien está cerca”, y por ello es imperativo que recuperemos todas nuestras historias frustradas.
Porque frustrados han sido los viajes de vacaciones preparados; la esperada celebración de esa boda, o bautizo, y también de la comunión. Frustrado fue el acompañamiento en velatorios, entierros y, más importante, el no poder dar la mano a tu ser querido en esos últimos instantes. Frustrante ha sido pasar un duelo en silencio, con íntimos sollozos. Mucho peor fue hacerlo en soledad, sin poder abrazar a nuestros mayores.
Y ahora nuestras esperanzas están puestas sobre dos vías. Una de ellas es la ciencia, a través de los investigadores y las grandes farmacéuticas. Su gran resultado: las vacunas. La otra gran esperanza sigue siendo nuestra forma de relacionarnos. Y ahí, en muchas ocasiones -más de las debidas- seguimos fallando.
El nivel de responsabilidad en cuanto a nuestro comportamiento no puede ser achacable a los demás ¡Cuánto nos gusta echar balones fuera! Cierto que estamos cansados, que queremos recuperar cuanto antes nuestra anterior vida. Sin embargo tenemos que ser conscientes que algunas cosas ya no serán igual que antes. Es inevitable que estamos aprendiendo a vivir con el bicho.
Aún así, comportamientos tan indeseables como el ocurrido hace pocos días en el interior de un gran establecimiento comercial al querer hacer una presentación de los Reyes Magos con famosillos de la tele no se deben de repetir. Muy mal por quien organiza, que a buen seguro sabía -y pretendía- que tuviese una gran repercusión. Muy mal, o peor, por quienes allí se congregaron a tal efecto. Por quienes en un primer momento solo pasaban para hacer sus compras pero allí, arremolinados, grababan y daban su plácet al famosete de turno que solo quería sacarse un sobresueldo, o quizás el sueldo, porque otra cosa no debe de saber hacer. Me pregunto si todo eso lo hacían por ellos o por sus menores.
Quiero que mi brújula sin norte me otorgue un cierto descontrol para nuevas oportunidades. Quiero abordar diferentes aventuras que me permitan seguir disfrutando de la vida. Quiero colaborar y no caer en absurdos comportamientos. Y confío que también con todos ustedes, queridos lectores, mantengamos nuestro nivel cívico y ciudadano al más alto nivel. Esto continúa. Vuelvo a releer El Quijote. Confío en la frase a Sancho y confío en ustedes. Es mi última esperanza, esa que nunca se pierde. No nos defraudemos.