Hace poco más de un año, en febrero para ser más exacto, mes no especialmente lluvioso en nuestro país, escribía en este mismo espacio otro artículo que llevaba por título “
Una gota de agua”. Así terminaba el mismo: “
Nuestro egoísmo es innato. Y, a quien pudiera corresponder, tampoco se atreve a imponernos restricción. Así es muy difícil la convivencia. Por algo muy sencillo. Nuestra solidaridad pasa tan solo por saber darle valor a una gota de agua”.
Pueden repasarlo si ustedes quieren. Eso sí, antes permítanme que primero les ofrezca la lectura del actual, que por cierto hace el número 100 en este medio.
La radiestesia es una capacidad especial que tienen ciertas personas que les permite captar ciertas radiaciones naturales. Todo, más allá de cualquiera de nosotros que, con tan solo exponerse al sol, ya estamos captando en nuestra piel la llamada infrarroja. Gracias a Albert Einstein, y al posterior desarrollo de sus trabajos y teorías, sabemos que la energía -consecuencia de su naturaleza vibratoria- emite radiaciones y que una forma muy particular se encuentra en la materia.
El agua es un elemento fundamental en nuestra vida y esencial para nuestra supervivencia. Ya las civilizaciones antiguas, sin saber que tres cuartas partes de nuestro planeta está compuesto de agua, aunque tan sólo un escaso tres por ciento está accesible para su consumo, se dieron cuenta que era imprescindible para el desarrollo como sociedad. La civilización romana fue pionera en la gestión y abastecimiento del agua y es así como la construcción de unas infraestructuras hídricas permitió el avance y el progreso económico de la sociedad.
Recuerdo haber leído un artículo que indicaba que el método zahorí, surgido unos 4.000 años atrás, fue uno de los primeros usados en la antigüedad que permitió detectar las corrientes de agua subterráneas. Quienes así lo practicaban usaban dos simples palos, algunos también un péndulo, y ya otros hasta unas varillas metálicas para captar las vibraciones que provienen del subsuelo. A sus peculiares capacidades se les unía esta práctica milenaria. El caso es que, corroboro en primera persona y a pesar de mi primitiva incredulidad, he visto como funcionar, funciona.
Apelar a la curiosa anécdota e hilarante justificación de Rajoy, en Sevilla, allá por el 2007, cuando justificaba que el hecho del cambio climático no debía ser considerado un asunto capital porque “aunque yo sé poco de este asunto, mi primo que es científico supongo que sabrá…”, resultaría un inicio adecuado para hacerle ver a Juanma Moreno, presidente de la Junta de Andalucía, que esto es muy serio y que la forma correcta de abordarlo no es la por él emprendida, junto a sus socios de gobierno de VOX, al estilo “viva la virgen”.
“Doñana se muere”. Así lo cree el biólogo Eloy Revilla, director de la Estación Biológica de Doñana -organismo dependiente del CSIC-, y lo expresó recientemente en un demoledor informe a todas las administraciones implicadas, ante la pretendida ampliación de los suelos agrícolas regables en el entorno de nuestro gran parque natural protegido, que ha sido rechazada por la Comisión Europea.
Hay que poner de manifiesto la gran importancia de las aguas subterráneas. Los pozos, manantiales y fuentes suministran agua no solo para el consumo, la agricultura, la ganadería y las actividades industriales. También para nuestro ecosistema. Y, no nos olvidemos, de él somos dependientes. Las aguas subterráneas se enfrentan a graves problemas que se relacionan en primer lugar con el estado de los niveles de los acuíferos y la calidad de sus aguas. Su deterioro nos lleva a repercusiones negativas que derivan tanto para la salud humana como para los ecosistemas y para las aguas superficiales.
Extraer más agua de la que se recarga, y máxime si es de forma ilegal, acelera el estado crítico del parque. Acelera el final de nuestra propia existencia. Y todo porque, más que Parque Nacional protegido, le viene muy bien el calificativo de “coto”. El coto para los intereses privados de unos pocos. Doñana se muere. Dentro de poco solo quedará su recuerdo dentro de los museos. A no ser que de forma seria lo impidamos o, resurja la magia del zahorí.