Desde el pasado domingo, de madrugada para nosotros, no cejan de acumularse comentarios e interpretaciones de todo tipo en relación al incidente que se produjo en la interminable ceremonia de entrega de la 94 edición de los Oscar, en Hollywood.
Chris Rock, uno de los presentadores de los premios, a la sazón dicen que comediante también, realizó un comentario sobre Jada Pinkett -allí presente, al igual que su marido, Will Smith, que posteriormente optaba a una de las estatuillas-, y se armó la mundial.
El comediante hizo alusión al personaje de la teniente O´Neil, protagonizado por Demi Moore en la película del mismo título, en la que esta lucía un rapado severo y completo de su cabeza. Y de ahí, de inmediato, la mención expresa con el que actualmente lleva Jada Pinkett. A la vista de su rostro, perfectamente enfocado por las cámaras, a Jada no le fue de buen gusto el mismo. Parecía lógico. Ello se debe, fundamentalmente, a que su look es consecuencia de una alopecia severa, enfermedad que sufre la artista y que ella misma había comentado con franqueza en sus redes sociales.
El hecho es que Will Smith, quien inicialmente al igual que muchos de los allí presentes ríe la broma del presentador, viendo la cara de su esposa decide levantarse, ir hacia el escenario, y propinar una bofetada a mano abierta al presentador. Al regresar a su asiento, por dos veces y gritando, alude al cómico diciéndole: «¡Mantén el nombre de mi esposa fuera de tu puta boca!».
¿Simplemente humor? ¿Broma pesada? ¿De mal gusto? ¿Dónde se encuentra el límite de la broma, de la gracia, del humor? ¿Existe ese límite? ¿Entraña riesgos, incluso peligro el humor? ¿Se puede justificar todo con humor? ¿Puede llegar a ser el humor un arma de menosprecio o de violencia? ¿Estaría justificada en ese caso esa violencia? ¿Existen límites para la respuesta y reacción a ese humor? ¿Cuáles son?
Más allá de las anteriores preguntas hay otra -para mí en clave interna- que me realizo. ¿Es realmente necesario que en una entrega de premios haya presentadores cómicos para hacer humor? ¿En los relacionados con la cinematografía, sí, pero en los Nobel o los del Miguel de Cervantes, no? No me tachen de serio, de tedioso o de pesado. Las ceremonias de por sí, ya lo son.
Al hilo del suceso las opiniones se han polarizado. Por un lado, aquellos que entienden y justifican esa bofetada -no puñetazo- como una actitud de defensa, de rabia, de ira, hacia la ofensa que se producía. Por otro, los que consideran que ese acto es una actitud de violencia en la que no cabe ninguna justificación (salvo que se trataba de una broma). Todos, unos y otros, aunque algunos de forma forzada, no comparten la violencia. Algunos, sin compartirla, la justifican e incluso no consideran que se tratase estrictamente de violencia.
Recuerdo las caricaturas o dibujos humorísticos de Mahoma publicados en la revista francesa Charlie Hebdo. Recuerdo también los trágicos ataques, con muertos, como reacción a aquella publicación. No sé encontrar diferencias. Hago recordar también los chistes, bromas y comentarios satíricos -de cualquiera de nosotros, sin ser cómicos- sobre gangosos, gays o maricones como quieran ustedes, curas o monjas, paletos y sobre los de Lepe.
También acerca de manicomios y sus locos, del tonto del pueblo -sin o con cromosoma de más, o de menos-, del cornudo o cornuda; del tarado, del ciego, o esos en ámbito general sobre los ingleses, los franceses, los americanos … y, por supuesto, el español. No logro distinguir si la violencia o el mal gusto está en los propios chistes o bromas, o en nuestra reacción: por lo general la risa.
Me da la impresión que los límites del humor se mueven en base a nuestra hipocresía; a nuestro egoísmo; a veces, en base hasta a intereses económicos y despreciando nuestra sensibilidad. En toda esta polémica no estoy seguro quienes llevan más la razón. A ello se une que para algunos, al igual el humor, la razón también tiene sus límites.