De repente, Macario abrió la puerta del comedor y saludó a todos como lo hace un torero al brindar una faena al respetable. Para él esa puerta se asimilaba a un gran telón griego. El telón de un teatro en el que toda la taquilla se había vendido. Unas veces como Antonio Molina, otras como Manolo Caracol, sus puestas en escena variaban al albur del momento. Esta vez eligió otro Manolo, el Escobar. Y, para comenzar, para levantar el ánimo de todo el público nunca mejor que una primera y pegadiza pieza: <¡Que viva España>.
Desde su posición, la sala se abría en tres pisos donde se ubicaban los palcos de proscenio. Curiosamente, ninguno de ellos disponía de butacas, aunque sí había personal con los brazos apoyados en el murete esperando disfrutar del espectáculo. Ya abajo, en la platea y repartidos de forma irregular, butacas la mayor parte de ellas articuladas acogían a mas público.
No todos, es cierto, mostraban interés por lo que estaba sucediendo. Asistentas, todas ellas vestidas de blanco, ayudaban en cualquiera de los menesteres. Animar a dar palmas para enorgullecer al artista era uno de ellos. Repartir algunos vasos de zumo, acompañados de algunas pastillas, era también parte de su cometido.
Macario repetía las mismas estrofas una y otra vez. La más señalada <que viva España> era débilmente compartida tan solo por una espectadora de platea, tan entusiasmada con el artista como por la alegría despertada. Los demás, en su mayoría mujeres, o bien dormitaban, o se encontraban con una mirada ensimismada. Sin darle importancia, Macario continuó con su compás ¡Que viva España!
La función fue breve. Muy breve. A Macario le reclamaba una de las asistentas: ¡Que bonito, mi amor! ¡que artista eres! Pero, ahora, toca la pastilla. Venga, cálmate.
Durante varios días, y por especiales circunstancias, me he dado amplios paseos por este escenario. He observado el cariño, el trabajo y paciencia de asistentas, auxiliares, enfermeras y doctora de este enclave tan especial. Una residencia de ancianos; de la tercera edad; una residencia de personas mayores; una residencia donde, por unas razones u otras, y yo no estoy aquí para juzgar, dejamos a nuestros seres queridos para visitarlos. También, por unas razones u otras, y yo no estoy aquí para juzgar, para visitarlos menos de lo que se merecen. Y es así que nos perdemos el ¡que viva España! A no ser que cambiemos esas especiales circunstancias y las hagamos habituales.
“Los que en realidad aman la vida son aquellos que están envejeciendo”, es una frase que se atribuye a Sófocles. Pero, ¿y cuando ya eres mayor, cuando ya eres viejo? ¿Necesitas amar la vida, o más bien que te amen?
Se acabó la función. Aplaudimos a la artista por todo aquello que bien hizo. La acompañamos hasta la última estrofa de su canción. Se hizo, en vida, todo lo que se pudo. Nunca se sabe si más pero sí todo lo que te permite tener la conciencia tranquila. Y, ahora a continuar, como decía Mario Moreno “Cantinflas”, porque “la primera obligación de todo ser humano es ser feliz, la segunda hacer feliz a los demás”. Un beso, Nuria, Descansa en tu nueva felicidad.