No, a la democracia del odio

25/04/2024
La reciente e innovadora decisión de Pedro Sánchez de convocarnos y convocarse a una profunda reflexión -que durará hasta el próximo lunes- para decidir su renuncia -o no- de la presidencia del gobierno, si cabe, ha creado más confusión de la que ya existía en nuestro panorama político y social. 

Una extensa Carta a la Ciudadanía -de poco más de tres folios-, al parecer comenzada a redactar de manera muy personal después de responder -entre otras- a la pregunta del diputado Rufián (ERC) sobre su opinión sobre la justicia en España, desvela un “ya está bien, hasta aquí hemos llegado”, ante lo que define como una campaña de acoso no solo contra él, sobre todo contra su esposa, Begoña Gómez, en una presunta acusación de tráfico de influencias.

Más allá de algunas preguntas sobre ciertos hechos relacionados con la señora Gómez, que quizá debieron tener alguna categórica respuesta, lo cierto es que no existe prueba alguna de esas presuntas influencias, o de algo más. También es cierto que, una organización ultraderechista, Manos Limpias (no confundir con conciencia limpia), presenta una querella contra la mujer del presidente, sin mayores argumentos que recortes de prensa, y reconocida al día siguiente en que algunas de esas noticias son simples bulos e incluso hasta falsas. De nota.

Pero este evidente acoso, salvo pruebas más evidentes, se refuerza con la admisión a trámite por parte de un juez de Madrid -muy conocido por otras causas sin pies ni cabeza- y sin el informe previo de la fiscalía. Sánchez, en el Congreso, contestó a Rufián que seguía manteniendo la confianza en la justicia de su país.

En una justicia -como poder del Estado- declarada independiente, a pesar de hechos y jueces que debieran ser controlados y supervisados en sus conductas y decisiones por quien corresponda ¿Será el Consejo del Poder Judicial? El que el PP se viene negando a renovar en tiempo y forma.

La decisión de Sánchez -en mi opinión sincera, que afecta a lo político, pero también a lo personal-, ha unificado un cerrado cierre de filas de toda la organización socialista y de una extensa parte de sus aliados que conforman el apoyo a la acción de gobierno. Me refiero a todo el arco político encuadrado en la izquierda -de mayor o menor moderación-, con la única salvedad de Junts, el partido del retador Puigdemont.

Al otro lado del arco, la derecha y extrema derecha -también sorprendida por la decisión de Sánchez- critica con dureza pero aplaude de forma interna lo que puede ser su oportunidad de llegar al ansiado poder si se convocan unas nuevas elecciones -nunca antes del 29 de mayo-; de deshacerse fácilmente de su gran oponente político; de satisfacerse de una arriesgada decisión que, a buen seguro, ellos no hubiesen tomado nunca.

Y no la hubiesen tomado, no por ser inmadura como así tachan la de Sánchez, sino porque siempre se han resistido a dejar la acción de poder cuando democráticamente las fuerzas políticas mayoritarias en el parlamento les han superado, o cuando debían cumplir con la ley y la renovación democrática de cargos en las instituciones del Estado. Su concepto de democracia es otro.

Hace pocas semanas unas declaraciones del líder de la oposición, el popular Feijoó, dejaron estupefactos a muchos. Somos la peor generación política de nuestra democracia, decía él, y ante la incredulidad de la periodista reiteraba que, por supuesto, él estaba incluido.

Reconozco que pocas veces coincido con Feijoó, pero esta vez -sin paliativos- estoy con él. Ahora bien, como siempre, las palabras -aunque sean pocas, en un gallego- si no van acompañadas de hechos se quedan en eso: en palabrería.

Los hechos vienen a demostrarnos que, entre nuestras organizaciones políticas, sus afiliados y simpatizantes y lo que es más grave entre la ciudadanía, nos encontramos en una abierta guerra sin cuartel. Guerra, también desde la esfera pública y sus estamentos, donde desaparecen las trincheras.

Una batalla, ya no ideológica que sería lo adecuado, sino de desprestigio, de ofensa, bulos y mentiras. Lanzar la piedra, sabiendo y a veces sin saber donde va a caer, sin fundamento y por el mero hecho de hacer daño. Recoger por ciertos jueces esa piedra envenenada sin darse cuenta -o intencionadamente sí- del daño y desprestigio que causan.

El presidente Sánchez en su misiva se hace legítimamente una pregunta: ¿merece la pena todo esto? Sinceramente no lo sé -se responde. Déjeme darle mi respuesta, por si cree tenerla en cuenta sin querer interferir lo más mínimo en su intimidad. Le doy por muy válido el sacrificio de su vida personal ante la acción política.

Más allá de su persona, de su cargo, de sus aciertos y errores, de su conciencia, del amor a su esposa, una mayoría de la ciudadanía de este país no nos podemos permitir volver atrás. Y es por ello que, como ciudadano de a pie, cuente conmigo pues merece mucho la pena seguir defendiendo un rotundo NO, a la democracia del odio.
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