Supongo que se acordarán ustedes de la frase. Si no completa, pues entonces su memoria sería mayor -dicen- que la del elefante, por lo menos de su comienzo. Fue su amigo y periodista, Fernando Ónega, el autor intelectual de la misma. Fue Adolfo Suárez, figura clave de nuestra transición hacia la democracia, quien la transmite en un discurso difundido a través de TVE dos días antes de las elecciones de junio de 1977, a escasos dos años de la muerte del dictador Franco.
“Puedo prometer y prometo, que si ustedes nos dan su voto, nuestros actos de gobierno constituira?n un conjunto escalonado de medidas racionales y objetivas para la progresiva solucio?n de nuestros problemas… Puedo prometer y prometo que trabajaremos con honestidad, con limpieza y de tal forma que todos ustedes puedan controlar las acciones de gobierno. Puedo, en fin, prometer y prometo que el logro de una Espan?a para todos no se pondra? en peligro por las ambiciones de algunos y los privilegios de unos cuantos...”
Antes que ustedes me lo recriminen, apreciados lectores, me pongo en situación. Eran otros tiempos, claro que sí. Éramos una sociedad que salía de las espesas sombras de una dictadura; inmadura democráticamente; con una feroz resistencia al cambio identificada en la extrema derecha y con el brazo ejecutor de los “guerrilleros de Cristo Rey”. Por otro lado, en la extrema izquierda, tan feroz como la anterior, la de los grupos terroristas del GRAPO, del FRAP o de ETA, donde el panorama no resultaba nada fácil para convencer a un electorado. A ello se unía el resto de un entramado social y político, diría que anquilosado: la judicatura, la iglesia, el ejército, por poner unos pocos ejemplos.
Sin embargo, el discurso de forma generalizada caló. Si cabe, aún hoy y para aquellos que ya pintamos canas, emociona el ecucharlo más allá de que uno diera su voto o no a la UCD (Unión de Centro Democrática), ganadora de esas primeras elecciones democráticas. La audiencia, los votantes, necesitaban oír hablar de compromisos. Hablar de futuro y de “todos”, en alusión al PCE. Aún cuando para la solicitud del voto se tienen que vender proyectos, bien es verdad que los destinatarios -en aquel momento- sentíamos la necesidad de comprar emociones. Y eso lo encarnaba muy bien el “puedo hacer (y puedo prometer), con el “lo voy a hacer (y lo prometo)”.
Hoy en día, una promesa electoral significa muy poco para la audiencia general. Tanto es así que uno se pregunta si ¿de verdad sirven para algo? ¿si existe algún compromiso fuerte y ejecutable ante su incumplimiento? ¿si alguien controla todo este descontrol? O, lo que también resulta grave, ¿si se puede, alcanzado el poder y ámbito de decisión, desdecir de lo prometido para ejecutar lo contrario?
Gobernar no debe resultar nada fácil. Supongo que, en muchas ocasiones, hasta desagradable. No es posible contentar a todos así que cada uno se aferra a su mayoría: vaya, a los suyos. El nombre de la nación, de la patria, de la comunidad o de tu pueblo o ciudad es uno de los más repetidos. Todos se arrogan defenderla. Aún cuando las propuestas sean diferentes, radicalmente diferentes. Hablar por boca de todos, generalmente, conduce a error.
No creo que ni Sánchez, ni Feijoó, ni Díaz o Arrimadas, ni Abascal o Errejón puedan estar en condiciones de ilusionarnos; de vendernos compromisos; de nosotros comprar sus emociones. Solo nos queda analizar lo hecho anterior. Es cierto que hay que tener en cuenta las circunstancias, algunas de especial gravedad como los dos años de pandemia; de discernir lo que estaba en nuestras manos y lo que no dependía directamente de nosotros: formamos parte de Europa. Sí, por fin, desde hace tiempo para lo bueno y lo malo. Pero, que no se me olvide, es obligado el aceptar “a todos”. Dar margen de oportunidad a “los nuevos”.
Debemos de exigir a nuestros políticos que sean optimistas, pero también que sean fieles a los hechos. Debemos pedirles que busquen caminos que nos conduzcan a la esperanza, pero siempre bajo la batuta de la honestidad y el trabajo. Debemos pedirles que sean auténticos para confiar en ellos, pero también que sean competentes.
Es así cuando el “puedo prometer y prometo…”, tomará de nuevo sentido y podrá ser comprado por el electorado. Comprado por medio del voto. Por favor, no nos defrauden.