Roma

24/03/2022
Dice la leyenda popular que si arrojas una moneda a la Fontana di Trevi, de espaldas, volverás de nuevo a Roma. Otros completan la frase e indican que si arrojas dos monedas encontrarás el amor. Y si lo haces en compañía, esta vez con un dispendio de tres monedas, te casarás con esa persona. Te creas o no estas curiosas leyendas urbanas, al final casi todos terminamos cumpliéndolas.  

Yo lo he hecho este último fin de semana. Y no he sido tacaño, créanme. Después de poderme colar entre el gentío; de llegar a un pequeño hueco junto a la misma baranda que te separa escasos metros de la monumental fuente; en ese momento abres tu monedero y ¡zas! solo te quedan monedas de un euro. Ya estoy casado. También estoy enamorado. Por ende, la decisión era muy fácil. Una moneda bastaba, aunque de un euro, para regresar en nueva ocasión a Roma.

Se rumorea de manera anónima que “todos los caminos conducen a Roma”. Es verdad. En una gran ciudad siempre hay nuevos caminos por descubrir. También en las pequeñas. Lugares más apartados, pequeños rincones. El contacto con la gente de la ciudad, del barrio. Todo menos turístico. Más real. Con la pausa necesaria. Incluso si ya vives en ella. Porque, no hay nada como hacer de turista en tu propia ciudad.

Aunque un poco más sucia que en mi última visita, con absurdas pintadas y grafitis en lugares que no corresponde, así como unas aceras descuidadas, Roma y sus gentes te invitan a descubrirla. Recorrer el quilómetro y medio por el que transcurre la Vía del Corso, desde Piazza Venezia hasta la Piazza di Popolo, es hacerlo paralelo a las tiendas de todo tipo, incluidas las de marcas de lujo y con sello italiano. Pero también sirve para observar la infinidad de palacios que en este recorrido se encuentran, al igual que si tu trayecto lo haces por Vittorio Emanuele.

Esta vez mi interés era adentrarme un poco más en el Trastevere. Este barrio tan original, colorido y bohemio resulta ser para muchos el más encantador de toda la ciudad. Sigue siendo un barrio obrero, sin ningún atractivo monumental. Hay que salvar, por supuesto, a la maravillosa Basílica de Santa María in Trastevere. Se dice de ella que es la más antigua de la ciudad. Calles estrechas y empedradas. Pequeñas tiendas, también iglesias, heladerías, cafeterías, farmacias -muchas farmacias-, enotecas y osterías, que vienen a asimilarse a nuestros bares. Terrazas en la calle, muchas terrazas y muchos restaurantes. El trasiego de gente por la noche es tremendo. También sus largas colas de espera para … cenar. Es en este apartado más turístico donde uno puede sentirse más incómodo.

Lujo e historia se aúnan en la visita a los Museos Vaticanos recorriendo sus galerías y salas para terminar contemplando la Capilla Sixtina, y descender o ascender por sus famosas escaleras helicoidales. Una inmensa e impresionante colección de arte de gran valor artístico. Rafael, Miguel Ángel, Botticelli, los grandes del Renacimiento. La sala de los Tapices; la Galería de los Mapas, maravillosas esculturas. Un Estado dentro de otro Estado. El Vaticano.

Decía Petrarca que “necio es quien admira otras ciudades sin haber visto Roma”. Hay que poner en contexto su frase según la época, es cierto. Pero está muy claro que, a Roma, es preciso volver con moneda o sin ella.




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