Rotondas en Marbella ¡Oh, là, là!

18/08/2022
Marbella, ciudad en la que vivo y que me gustaría invitarles a conocer más a fondo, tiene muchas caras ocultas. Por ocultas -no se asusten- quiero decir desconocidas para eso que se viene en definir como “el gran público”. Y no será porque la ciudad, o mejor dicho determinados lugares, no hayan o sigan acaparando la atención de los medios de comunicación. Sin embargo, en un curioso contrasentido, parece que cuanto más turística sea una ciudad más lugares ocultos pueden existir. 

El turismo; el gran turismo; el turismo de masas, también el de élite, tiende a la exclusividad. De hecho, todos queremos sentirnos exclusivos. Marbella pasa a conocerse como destino turístico internacional tras pasar de ser una población de agricultores, de mineros, de pescadores, a un paradisíaco enclave atractivo para los establecimientos hoteleros. Ricardo Soriano, José Banús o el príncipe Alfonso de Hohenhole son sus principales impulsores. Proyectos que atraen a un turismo de alto poder adquisitivo; visita de famosos, de personas -con título o sin él- de la alta sociedad conjugada con una visionaria imagen de ocio y negocio.

En buena parte, a partir de los 90, y consecuencia del especulativo “boom inmobiliario”, la ciudad comienza a alejarse de manera paulatina de ese idilio. La masificación, tanto en la construcción como en el número de visitantes, no se corresponde con unas infraestructuras básicas. Aun cuando se mira casi todo de cara al turista, se aparta a un lado la calidad de vida de quien habita permanentemente la ciudad: los ciudadanos.

Ejecuciones de proyectos tan básicos para desarrollar lo que hoy en día está catalogada como una gran ciudad, como el tren litoral; los accesos a la ciudad; una ciudad deportiva; la rehabilitación de espacios emblemáticos, como el Trapiche del Prado, la Torre del Cable; de museos; de monumentos; de regeneración, conservación y utilización de nuestros espacios medioambientales: de Sierra Blanca; de los espacios dunares; de toda una franja litoral; de instalaciones depuradoras y de saneamiento; de locomoción, en las por supuesto encuadro a las bicicletas y a los carriles bici; de instalaciones sanitarias, de justicia u otras de administración; de creación de monumentos artísticos de calidad; de una ciudad del arte, de la cultura; del ocio sostenible. Todo eso, y más créanme, se encuentra en el debe de la ciudad.

Decenios y decenios. Años y años, uno tras otro, sin que las distintas administraciones hayan mirado -de frente- al ciudadano. Planes de Ordenación Urbana, que tiene tan solo una visión futurista para definir todo aquello que, detallado, nunca se hará. Modelo de ciudad para algunos. Promotores, constructores, inversores, empresarios de un día. Promesas, promesas electorales, muchas promesas incumplidas.

Y, ahora, rotondas. Muchas rotondas. Muchas banderas de España ¿Quién se va a quejar de que ahí se instale una bandera… de España? ¡En una, en dos, en tres o tantas y tantas rotondas! Rotondas, algunas, absurdas. Rotondas, casi como las francesas, con muy poco respeto en su interior. Rotondas, no como las holandesas -por cierto ya instaladas en lugares como Logroño o Sevilla-, que si mandatan la preferencia y el respeto por el ciclista y el peatón.

No. Aquí, en Marbella, en lugar de plantearnos seriamente el modelo de ciudad que queremos; la calidad del turismo y turista a recibir; de no masificar; de crear unos estándares que nos identifiquen; de exigir a cada administración que apeche y pague lo suyo, aquí nos da por las rotondas y por la tala de árboles.

¡Marbella, oh, là, là! Y es que, la cordobesa cuando besa, besa siempre de verdad. 
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