El otro día me subí al autobús. Hacía mucho tiempo que no lo hacía. Este medio de locomoción público era mi forma habitual de traslado cuando vivía en una gran ciudad. También en ciudades medianas; no tanto en las pequeñas. En todos esos tipos de ciudades he tenido la fortuna de vivir. Y ya les digo que existen diferencias sustanciales de interpretar esos estilos de vida.
Los autobuses de hoy en día tampoco es que hayan cambiado mucho de los de antes. De los de muy antes, sí. Sí que han cambiado. Lo que ya no se es si para bien. Antes, mejor dicho muy antes, los asientos del autobús eran todos iguales. Sin diferencia. El único que se diferenciaba es el del conductor. Mucho más cómodo, por lógica. Para un viaje corto, porque si hubiese que juzgarlo después de una jornada entera de ocho horas a buen seguro que cambiaba nuestro concepto de comodidad.
Antes, todos se situaban formando una escrupulosa columna de dos, a ambos laterales del autobús. En su diseño, donde se ubicaban las puertas de entrada y salida no había asientos. Hubiese sido un desastre bastante incómodo. Antes, muy antes, uno accedía al autobús por la puerta trasera. Se me olvidaba. Allí también -solo en los autobuses de muy antes- había un asiento diferente y un empleado que lo ocupaba: era quien te cobraba el importe del billete.
Ahora no. Ahora el cobrador del billete es el conductor. Y, para ahorrar costes de personal, el conductor también hace las veces de cobrador. Cobra, da el cambio, abre las puertas y las cierra y, además, para satisfacción del público también conduce. Además de hacer caso a los avisos del personal cuando presionan el botón de solicitud de parada.
Ahora, y me refiero a los autobuses de ahora, existen espacios y también asientos específicamente reservados para ciertas personas. Además, por si acaso uno no sabe leer, con dibujos que lo indican. Asientos para embarazadas o personas con bebés. También espacios para los cochecitos de esos bebés. Asientos para personas con ciertas discapacidades de movilidad. También espacios para sus sillas de ruedas. Incluso con cinturones de seguridad. Espacios y asientos para personas mayores. Específicos y generalmente cerca de las puertas. Sin duda se ha mejorado bastante en relación a los autobuses de antes, y de los muy antes.
Luego están el resto de asientos. En el resto del espacio. Los de la parte trasera suelen estar en un plano más elevado. No se por que. No me pregunten hasta que no lo pregunte. Por curiosidad. También, curiosamente, me puedo llevar la sorpresa en la contestación por parte del conductor y cobrador: Pues, no tengo ni idea. Ni tiene por que saberlo.
El caso es que, en ese resto de asientos, que todos tienen el mismo precio, se ubica el personal llamémosle general. Muchos de ellos con un objeto bastante peligroso. Y muchos de ellos también de edad joven, o por lo menos no incluidos en los grupos ya mencionados. Siempre en la mano. Incluso en las dos manos. Un objeto que te absorbe el cerebro, también en el autobús. Que te impide ver al transeúnte de la calle; el lugar exacto por donde transita, el autobús claro. Que te imposibilita inspeccionar, y hasta criticar en silencio, a quien tienes delante o al lado de tu asiento. Incluso si no estás sentado. Tampoco es posible observar que nuevo personaje aborda el autobús.
Eso es en los autobuses de ahora. No en los de antes. Tampoco en los de muy antes. El otro día me equivoqué. El otro día, ya les decía, me subí al autobús. Hacía mucho de ello. Mucho tiempo. El otro día pude de nuevo escuchar una voz que parece ser ya está olvidada. “Siéntese usted aquí, por favor”. Un hombre de mediana edad se levantó de su asiento. Le ofreció y finalmente cedió el mismo a una señora de evidente mayor edad. La señora le sonrió agradeciéndoselo con un “gracias, joven”. Miré a mi alrededor. Todos los teléfonos móviles seguían en las manos de las mismas personas que antes, aparentemente mucho más jóvenes. Todas las cabezas y las caras seguían impávidas. Con un ligero escorzo de sus cuellos. Si la muerte hubiese accedido al autobús ni se habrían enterado ¡Como hacerlo de una persona de edad!