Hoy he salido con la intención de comprar una sombra. Alquilarla también me valía. Me ha resultado tan difícil que no lo he conseguido. Estaban, y me han informado que estarán, muy solicitadas. Para los próximos días con mayor motivo. Además de carísimas. En Amazon tampoco había existencias. He acudido al Vinted y al Wallapop, pero ni siquiera ahí. Y eso que ya están usadas.
Al final me he dado cuenta que quizá no la necesitaba. Todos tenemos una sombra. La nuestra. El problema es que ni sabemos ni podemos utilizarla. No es una sombra de autoconsumo. Menos mal que no pagamos por ella, aunque para estos días no nos importaría. No se si me servirá.
Días atrás, hablando con un amigo griego le pedí que me enviase una sombra de allí. Por si no lo saben las sombras griegas son tan buenas como las aceitunas de Kalamata. Pero también me dijo que escaseaban. Tanto es así que la diosa Atenea tuvo que huir de su hogar, del Partenón, porque ni siquiera se podía resguardar en las sombras de sus escasas columnas. Huyó al interior. Allí, ahora, pocos árboles quedan en pie para dar sombra. Ni siquiera en una isla.
Con gran inquietud miré hacia el que dicen es el país más desarrollado del mundo. En su lado oeste, en California, he llegado a admirar el gran porte de las secuoyas. Aquí seguro que sí puedo conseguir sombra, me dije. Pero mi sorpresa fue cuando me informan que ya he llegado tarde. Antes que yo lo ha hecho “Dixie”, un gran incendio, dicen que el segundo mayor de la historia de California, que ha devorado a una población también con historia: Greenville, erigida durante la fiebre del oro. Que curioso su significado: ciudad verde. ¡Maldita mala sombra!
Al sur del continente europeo, siempre en ese despreciado y vilipendiado sur, tampoco quedan sombras. Alguna cada vez más menguante en la sabana. En algún oasis medio olvidado. Son pobres sombras sobresaturadas por niños, hombres y mujeres pobres. Es posible que acudiendo al mercado negro, a los grupos guerrilleros, a los dictadores u oligarcas pueda encontrar algún resquicio de sombra. Arriesgando mi vida. No me importa. Tampoco les importa arriesgarla a esos niños, hombres y mujeres, todos pobres. Por eso huyen del sur. En busca de una sombra y esperanza para vivir.
En otro sur, también en el norte, en los polos de nuestro planeta, tampoco hay sombras disponibles. Allí el efecto del rey sol cada vez es más acusado. Si acaso parece que si se dispone de suficientes existencias de agua. Cada vez más porque la que se encuentra en estado sólido en forma de glaciares e iceberg se está derritiendo. Algunos de los icebergs daban una tenue sombra. Ahora ya no. También dejaran de existir las sombras de estos gigantes.
No tenemos remedio. Si todo sigue igual habrá que colgar el clásico cartel de “Fin de existencias de sombras”. Ya podré, como lo hizo El Principito, sentarme sobre una duna de arena sin ver ni escuchar nada. Y, sin embargo, siempre habrá algo que brille en el silencio. Viene la mundial. La mundial e histórica ola de calor. Y yo sin conseguir una bendita sombra. La mía, ya probada, no me sirve.