Todos al recreo

10/05/2021
Todavía se encuentra en mi recuerdo, en mi cada vez débil memoria, el lejano sonsonete de una campana; más posterior el menos armónico de un timbre, y bien fuese uno u otro siempre acompañados de una voz. Ésta era más bien ruda en el caso del maestro y dulce, además de suave, si lo hacía la maestra. Ambas coincidían para anunciarnos: ¡Al recreo, al recreo. Todos al recreo!

Por aquellos tiempos, créanme que muy lejanos, lo hacíamos por un riguroso orden. El orden, que no digo que no sea esencial, era mas bien impuesto. Muy impuesto. Generalmente por filas, y en un aspecto más global, también por edades. Los más peques eran los primeros. Cogidos de la mano. Este pequeño detalle se iba diluyendo cuanto más avanzaba la edad. También la distancia entre cuerpos y por tanto ya en un cierto desorden -este si que no impuesto- que duraba hasta llegar al patio del colegio. A partir de ahí la desbandada estaba autorizada.

Desde el pasado domingo, en cierta forma y salvando la distancia, me siento como en aquellos tiempos. Al igual que muchos -no me atrevo a decir todos, pues alguno que otro ha hecho pellas o novillos en mas que contadas ocasiones- salir libremente al recreo, sin fila impuesta ni agrupación de edad, representa una liberación, … ¡vale, vale!, del espíritu, de la mente o de lo que se quiera imaginar. Pero el caso es salir. Sin decreto. Sin norma. Sin orden determinado.

El Estado de alarma que el Gobierno aprobó el pasado 25 de octubre de 2020 para todo el territorio nacional con intención de contener la propagación de la infección por el ya famoso y mencionado virus se encontraba dentro de su autoridad. También es verdad que esa autoridad competente se delegaba en quien ostentase la presidencia de cada comunidad o ciudad autónoma. El hecho es que, prorrogado por un periodo de 6 meses, finalizó el pasado 9 de mayo. A las 00:00 horas. Pidiendo la vez se encontraban muchos, y haciendo cola como en el colegio para salir al recreo: casi todos.

Ya sabemos perfectamente lo que significan las siglas “I.A.”. Diariamente se nos ha machacado con esta información, muy preocupante en determinados momentos, y cuyas medidas no han estado casi nunca acompasadas con los dígitos originariamente anunciados. La incidencia acumulada, por si acaso alguno lo había olvidado y que siempre dijimos que por encima de 50 ya superaba el riesgo bajo, solo se da en una Comunidad Autónoma: la valenciana. La media nacional, cuando escribo este artículo, ha bajado ligeramente de los 200 casos. Ello supone un nivel alto de contagios. Pero en nivel extremo, sí, extremo, se encuentran País Vasco, Madrid, Navarra, Aragón y Cataluña, además de Melilla. El resto, menos la mencionada Valencia, nos encontramos en riesgo medio y alto. Ese “nos” es referido a Andalucía.

Algunos de los máximos responsables autonómicos, de signo político contrario -entre ellos y en relación al Gobierno de la Nación- han manifestado su querencia a ampliar esas restricciones: ese Estado de alarma. Antes, durante, y seguro que por más tiempo bastante criticado. Votado sí, votado no, votado pero, por, para, con quien y para que. Pero la clase ya está alborotada. Como ya no estamos en esos tiempos que mencionaba al inicio, el delegado de clase ha llamado a cerrar filas. ¡Ya no podemos más! ¡Queremos recreo! Y, si nadie lo remedia, ya no será el profe, el maestro o la maestra, el jefe de estudios o el director quien dé la ansiada orden. Este delegado de clase es un revolucionario.

Pero al revolucionario le siguen sus acólitos, sus correligionarios y los contrarios. También los indecisos, los negacionistas, los positivistas. Los más jóvenes, los jóvenes y los no tan jóvenes. Los que van derecho; los más derechos y también los que van ladeados a la izquierda, y a la más izquierda. Ahora que muchos padres habían conseguido -gracias a la autoridad competente, que no de ellos- que sus hijos estuviesen en casa a las once de la noche. Todo una proeza.

No tenemos remedio. La culpa por supuesto será siempre del otro. Tip y Coll se la echaban siempre al Gobierno: ese siempre tiene la culpa. Mientas tú cantas y bailas; en la playa o en la terracita; en el parque o debajo de tu casa … no, no. Debajo de tu casa, no, porque no tienes…

Tranquilos. Los servicios y el personal médico y sanitario te esperan. Ellos son siempre de esperar. Tú a lo tuyo porque si todavía no te has enterado, y mientras un juez supremo no pueda decir lo contrario, el grito hecho canción de moda es: ¡Todos al recreo!
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