Me niego a hablar de Eurovisión. Discúlpenme, a escribir. De Eurovisión, de RTVE, ni tampoco de Chanel. Y eso que, les confieso, un agua de colonia de esa marca es una de las que habitualmente consumo. De forma moderada. El consumo debe ser siempre moderado. También el de Eurovisión, el de RTVE y, mucho más, sus preparativos.
Si de consumo se refiere, prefiero el del café. Un buen café. Los italianos, y hacen bien, quieren promover su café, su espresso, como patrimonio inmaterial de la humanidad. Al igual que la pizza, la pasta y la vespa, que ya forman parte del mismo, ahora quieren el café. Por supuesto un café que debe hacerse exclusivamente en una cafetera italiana. Es cuestión de tiempo que la cafetera también forme parte de ese patrimonio. Al igual que la importación de nuestro buen aceite.
Sin querer quitarles ningún mérito hay algo que me hace no identificarme con ellos. Su ingesta de café dura tanto como un saludo. Como un ¡hola!, como un ¡adiós!, y si lo hacemos más resumido como un ¡pronto! Sin embargo -no sé a ustedes que les parece-, un café, un buen café, es algo más que un líquido elemento. Un café forma parte de una relación social.
Y, en ocasiones, también si no de forma obligada si necesaria, esa relación social lo es con uno mismo. Un café en la intimidad. En la tuya. Solo tu. Recién levantado. A primera hora o cuando te ha apetecido. A levantarse me refiero. Apoyando tu brazo en el alféizar de la ventana. Dejando que el sol, que traspasa tu ventanal caliente levemente tu rostro. Ensimismado con todo y sin nadie. En silencio. Es tu momento. Es tu café.
Por otro lado, me pueden llamar romántico. De forma indubitada se lo aceptaré. Y no es porque quiera retrotraerme a esa época -me refiero al Romanticismo- donde comienzan a proliferar, y también a popularizarse, los cafés literarios. Que conste que tampoco me importaría. Sin embargo, mi interés se centra más en la conversación, en el debate, en la información, en compartir y contrastar ideas. De cualquier tema. Acepto encantado de hacerlo en compañía. Con personas de las que aprender. Con un imprescindible buen café.
Es otro de los grandes momentos para disfrutar de un café. Me ha ocurrido esta misma semana. Anécdotas, recuerdos, incluso añoranza. Más que charla, conversación. Éramos dos personas. Dos amigos profundizando en mayor conocimiento. Sin motivo concreto quedamos para tomar un café. El café ya es motivo. El amigo, también.
No hay regla escrita. Ni para pedir un café ni para decidir por donde comienza la conversación. Quizá, en la forma de pedir un café, aquí en Málaga, si que hay norma escrita. Hasta hace poco lucía en un gran mural del Café Central, en Málaga. Ahora cerró. El Central. Menos mal que ya todos conocemos como pedir el café.
No sé si sería un excesivo consumo. Me gustaría tomarme ese café con ustedes. Llegado el caso, de no ser posible, les invito …, ¡sí, porque no, les invito!, a que extiendan este ofrecimiento a cualquiera de sus amistades más o menos cercanas. Si llevan tiempo sin verse, sin saludarse de forma personal, sin estrecharse la mano o darse dos besos, háganlo ya. Olvídense de Eurovisión. Estoy convencido que al final se sentirán satisfechos de haber compartido una buena conversación junto a la ingesta de un buen café. A la vuelta me lo cuentan.