Cuando escribo estas líneas salta una noticia esperanzadora. Rusia comienza a retirar tropas y material bélico acumulado en las últimas semanas a lo largo de la frontera ucraniana, toda ella nevada. Ha argumentado que por la finalización de unos ejercicios y maniobras militares. Los mercados bursátiles vuelven al verde después que, anteayer, sufriesen fuertes caídas ante el anuncio proveniente de la otra gran potencia. Estados Unidos venía insistiendo en que esa invasión era inminente. Con fecha. En todo este ir y venir alguien, algunos, han ganado mucho dinero.
Si de predicciones se trata algo parecido ocurre con el agua. Aunque esta vez de forma mucho más seria. Que conste que la guerra también lo es. Seria. Y grave. Expertos científicos nos vienen advirtiendo que la sequía está cada día más presente en nuestro entorno. Que con ella perderemos muchos, incluso la vida. Jacques Cousteau solía decir: "olvidamos que el ciclo del agua y el ciclo de la vida son uno mismo". Algo obvio pues la vida, acorde a los parámetros tal y como la conocemos, sería imposible sin que existiese el agua.
Los ganaderos no pueden más. Los agricultores se encomiendan a Santa Bárbara, y lo que no creen en santos y santas, le suplican al Gobierno. A sus gobiernos. Los de fincas de regadío reclaman más trasvases, donde los hay. En Murcia saben de ello. Otros, como en el Parque Nacional de Doñana, ya llevan trasvasando agua de forma furtiva a sus tierras; a sus pozos y humedales particulares. Al fin y al cabo, "el agua es la fuerza motriz de toda la naturaleza", mencionaba Leonardo da Vinci.
No tomamos conciencia -no la suficiente- ni siquiera de nosotros mismos. Somos una especie -la humana- cuyo origen viene del agua. Este líquido tan fundamental en nuestra vida forma gran parte de nuestro cuerpo. También de nuestro planeta. Tanto es así que está en tres cuartas partes de lo que llamamos Tierra. Pero no seamos egoístas. También es fundamental para la vida de las flores, del resto de animales, de los bosques.
Las sequías inciden en nuestras vidas con un impacto económico, social y medioambiental con terribles consecuencias. La falta de algo tan simple como la lluvia es en sí ya un desastre natural. No podemos aliviar nuestra sed. Tampoco quitarnos nuestra gran suciedad. Ni siquiera podremos ahogarnos, incluso si no sabemos nadar.
La sequía ha desertificado el terreno. Seguirá provocando un exponencial aumento de los incendios forestales. El suelo queda inerme sin rendir tributo a nadie. Incluso, como si fuese una persona, se encuentra inánime. No hay señal de vida. Sin flora, sin fauna. Los precios de la alimentación y la energía llegan a límites insospechados. Alguien, algunos, ganan mucho dinero. El hambre -la hambruna en grado superior- provocan el desplazamiento de la población. Las epidemias se acentúan.
Esperamos como siempre a que otros decidan. A lo fácil. A que nos lo den todo hecho sin perder privilegios. Más que preguntas para nosotros mismos nos gusta hacerlas hacia el otro. Del ¿en qué puedo yo ayudar y colaborar?, pasamos a ¿por qué nadie me ayuda? Nuestro egoísmo es innato. Y, a quien pudiera corresponder, tampoco se atreve a imponernos restricción. Así es muy difícil la convivencia. Por algo muy sencillo.
Nuestra solidaridad pasa tan solo por saber darle valor a una gota de agua.