Mi suegro Antonio, marbellero, se situaba en torno a la mitad de la Avenida del Mar y mirando hacia el horizonte marino me decía muy serio y solemne, “Antes la playa llegaba hasta aquí” y trazaba una línea imaginaria en el mármol del suelo, entre dos de las esculturas de Dalí. “Hasta aquí”, reiteraba.
Esta era su certeza, el lugar donde la arena y el mar dibujaban su frontera natural, el límite concebible de sus mareas. Hasta que la imposición de la ambición humana y las querencias de los sátrapas del ladrillo decidieron vulnerar el equilibrio frágil de esta máxima sencilla, “hasta aquí”, y propasaron todas las lindes inimaginables para devorar los arenales al acecho de unos metros cuadrados más de latrocinio. Ese robo del patrimonio natural es parte del lamento de hoy, de la cantinela permanente que se escucha en tantos foros, al que se suman tantos coros de voces tan distintos. Y solo el tono imperioso de Antonio resuena en mi memoria: “Hasta aquí”.
Las imágenes de estos días, repetidas cada otoño, cada primavera, siempre me causan gran desazón. La costa arrasada por los temporales, subsumida en el mar, engullida. Las playas repletas de material de deriva, como si un navío inmenso hubiera naufragado a unas pocas millas del litoral y vomitado sus tripas de madera y cuerda y cascajos a los arenales.
Veía la preparación de los chiringuitos hace apenas una semana, la pintura, la renovación del mobiliario, las reparaciones posteriores al invierno. Prepararse para el inicio de la temporada. Las imágenes que me llegan hoy, ayer, son desoladoras. Pero la advertencia siempre ha sido persistente y el destrozo no nos pilla de nuevas. Somos veteranos en esta adversidad.
La inmoralidad de la ambición como atentado contra el patrimonio natural y las consecuencias reales del cambio climático son una bomba de relojería combinada que hay que atajar de inmediato.
La disposición de líneas de frente e intereses creados instalada en este asunto solo apareja una perdedora, la ciudad de Marbella. Porque la solución será integral o no será. Integral.
Y eso se traduce en saneamiento con vertido cero al mar, retranquear y renovar los emisarios y los “pozos de la vergüenza”, frenar la pérdida de arena con planes de estabilización eficaces, terminar con la ocupación artificial, abusiva y descontrolada de las playas, recuperar la flora y fauna autóctona, proteger los espacios naturales, definir e impulsar un nuevo modelo de explotación de los arenales, y con ello, repensar un nuevo modelo turístico. De lo contrario el mar reclamará cada primavera, cada otoño, su terreno, su espacio. Y el llanto y el crujir de dientes será un día irremediable.
“Hasta aquí”.