En un instante salían como un enjambre de los bares en los que estaba alojados, desplegaban una pancarta en mitad de la Gran Vía de Bilbao y gritaban al unísono ¡Viva la Liber…! Y ahí se quedaban en ¡Viva la Liber…! Porque la carga de los antidisturbios, de los grises en aquel entonces les impedía terminar la palabra con buen puerto. LIBERTAD.
Eran los años setenta en un Bilbao convulso social y políticamente, un hervidero de lucha sindical y proletaria e identitaria que tenía como objeto buscar la mejora de las condiciones laborales de todos y de todas, defender los derechos básicos, fundamentales, para una convivencia en la que la sociedad creciera al amparo de la democracia, de la posibilidad de elegir.
Ahí estaban mis tíos y mis padres y mi abuelo y sus amigos y amigas, sus compañeros y compañeras de trabajo, sus cuadrillas, apelando al grito de ¡Viva la LIBER…! Porque aquella libertad tenía un sentido propio, definitorio, incluyente, que perseguía una vida mejor para todos y para todas incluso para aquellas personas que estaban al otro lado de la barrera, las que estaban escondidas y muertas de miedo en sus casas, también para las que estaban ocupando los despachos de gobernación, las reuniones de consejeros delegados, incluso para los rostros que se escondían tras las máscaras de los grises, incluso para las personas que les oprimían y les perseguían y les castigaban. Para todos. Para todas. Una libertad incluyente que permitiera trazar el sentido último de la democracia.
Crecí con esa palabra, Libertad, como una caja de resonancia en mi casa de la margen izquierda de la Ría del Nervión. La libertad incluyente.
Por eso estos últimos días la banalización de la palabra, de la palabra Libertad, en boca de un sector del espectro político, esa libertad esgrimida como arma arrojadiza contra los demás, contra la libertad de los demás, del otro, del distinto, del diferente, me duele profundamente.
Durante mucho tiempo, muchas personas lucharon para recuperar su significado íntegro e incluyente, una libertad para todos y para todas. Todos y todas.
Recuerdo a mi padre a mi madre, a mis tíos, a mi abuelo, a sus cuadrillas y les digo gracias porque con su lucha, con su compromiso, con su afán, con su ejemplo han permitido con el tiempo y los años que una presidenta de una comunidad autónoma pueda gritar viva la libertad con todas las letras. Que no lo olvide.
Artículo originalmente escrito para La Firma de Cadena SER