¿Y si cuando todo acabe decidimos quedarnos en casa? ¿No salir? ¿Abrazar el confinamiento como quien abraza al factótum de sus anhelos? ¿Mantener el enclaustramiento forzado de manera voluntaria ad aeternum, hasta que nuestros huesos confinados sean un enser más de nuestro hogar? ¿Y si cuando se nos permita abrir la puerta decidimos no abrirla?
Porque resulta que esta reclusión forzada ha mostrado a muchas personas el valor del hasta ahora abrazo fugaz e incierto de un amante ocasional que solo comparecía cuando el quehacer diario lo permitía, y ahora aquello casual e intermitente se ha transformado en una constante de querencias mutuas y recíprocas.
Porque la vida familiar era un rosario permanente de ausencias y ahora el núcleo íntimo, el tronco, se ve obligado a convivir en lo concreto, en el espacio reducido de los cariños confinados para mirarse de nuevo al rostro y quizá encontrar el tiempo que no se tenía o el gesto que una vez amamos.
Porque este distanciamiento social nos ha permitido reconectar con los amores perdidos, los cariños de antaño, con nosotros mismos, en un instante de incertidumbre, soledad y temor, y esos hilos que parecían rotos, se han recompuesto desde lo espontáneo y lo natural, como antes lo fue.
Porque este parón obligado ha diluido el estrés de lo cotidiano en un remanso de mayor lentitud, donde los tiempos se miden de otro modo, donde lo importante ya no resulta ser lo urgente, y nos ayuda a acompasar los tempos de la vida a un ciclo que tiene su razón de ser en los biorritmos personales y naturales.
Porque los amantes han fortalecido sus relaciones, reaprendido a echarse de menos, a buscar el calor de la palabra hablada, de la palabra escrita, a que impere el ingenio de los amores furtivos, a encontrar nuevas formas de comunicar el sexo y el amor y el cariño.
Porque las redes sociales se han transformado en un vehículo de emociones menos impostadas, donde han salido a relucir emociones más complejas y sutiles, iniciativas creativas, empáticas, solidarias, en un campo abonado tantas veces al reproche y al odio.
Porque más allá del consabido Resistiré y sus múltiples versiones, las mentes creativas están abonando el barbecho que seguro engendrará obras prodigiosas para las músicas, las letras, las artes en general y cuando todo pase podremos devorarlas a plenitud a manos llenas con el prodigio de una cosecha inédita e irrepetible.
Desde hace unos días, me viene a la mente y al corazón ese tema de los bilbaínos Doctor Deseo, “Corazón de Tango”, que decía…
“Vamos a engañarnos / y dime mi cielo / que esto va a durar siempre”
¿Y si cuando todo acabe decidimos quedarnos en casa? ¿Y si cuando se nos permita abrir la puerta decidimos no abrirla?