Apenas llevaba dos meses viviendo en Andalucía cuando escuché su himno por primera vez. Un himno transido de ecos revolucionarios, de palabra hondas, de gestos embriagadores, un himno en el que se exigía tierra y libertad y que exhortaba a los andaluces y andaluzas a pedir ambas como un derecho propio “pedid tierra y libertad” y caminaba ese himno más allá de lo puramente vernáculo para dar un paso hacia fuera, hacia los demás “sea por Andalucía libre, España y la Humanidad”, con tintes internacionalistas, como todas las buenas revoluciones.
Más allá del lenguaje no inclusivo, me llega la hondura del himno en esa estrofa, puramente poética, que añora un pasado de grandeza y luz, e induce a recuperar la esencia de tantas cosas perdidas, pero siempre desde la emoción del espíritu “Los andaluces queremos / volver a ser lo que fuimos / hombres de luz / que a los hombres / alma de hombres dimos”.
Y pide el himno paz y esperanza y libertad y alienta a los andaluces y andaluzas a levantarse y exigir lo mismo para ellos y ellas, para los demás.
Vivo en Andalucía desde hace 12 años y desde aquel 28 de febrero de 2007, no puedo evitar cierto estremecimiento al escuchar el himno compuesto por Blas Infante. Me ayudó a comprender una tierra que tan alejada parecía de la mía, entendí que las aspiraciones andaluzas que promulga el himno son absolutas y que en esto, el pan y la sal y la libertad son deseos consustanciales al ser humano, sentimientos universales de avanzar hacia la justicia social y que tienen, precisamente en nosotros y nosotras, el motor posible de un cambio hacia una sociedad más justa, más equilibrada, mejor.
Y creo que en esa universalidad radica el éxito que en mí ha provocado el himno de Andalucía, una letra que quiere abrazar al mundo, exportar una idea compleja de libertad para con los demás y que promulga un deseo fervientemente revolucionario de comunión entre todos y todas.
No quiero profundizar, ni contemplar con pesar como esa exigencia, “Andaluces, levantaos”, se pierde en el día a día, se desgasta y se diluye en una sociedad cada vez más adocenada, más domesticada, más pobre ideológicamente, más tibia. Solo quiero sentir que el 28F, y no renunciando nunca a mi espíritu, mi ser, mi sentir, profundamente vizcaíno, me acerco un tanto a esa Andalucía libre y esperanzada, cargada de razones para levantarse, luchar y exigir dignidad.
El 28F sumo mi voz barakaldesa al himno andaluz con la esperanza de, algún día, poder convertirme en un “hombre de luz” más allá de las patrias.