Ya ni tengo el arrojo de los veinte, ni la decisión resolutiva de los treinta, pero sí me queda aún cierta ingenuidad de la adolescencia que me hace confiar en la vida y sus alrededores sin el temor al que constriñe la experiencia.
48 es un paso decidido hacia el medio siglo y en todo este tiempo he tenido la fortuna de saborear el amor en todas sus poliédricas dimensiones y facetas. Me he rendido al platónico y he abrazado el fraternal, pruebo cada día el paternal e intento alimentar con mayor o menor acierto el sentimental. También he sentido en mis carnes el dolor del rechazo, la agonía casi física del desamor y la gozosa existencia del amor familiar que sustenta la vida desde la incondicionalidad.
Es en efecto, 48, un paso firme hacia el medio siglo, y al echar la mirada atrás en lo profesional no puedo poner queja tampoco a mi vida laboral que me ha traído y llevado por los mundos de la tele y de la radio, por las mieles del éxito y el desaire de la incomprensión, por la comunicación política e institucional y empresarial, por la acción y por la gestión. Y aquí continúo, sin cejar en el empeño, echando de menos algunas de aquella cosas, pero firme en las decisiones tomadas.
Tampoco puedo olvidar que en estos 48 años el mapa de mi vida se ha doblado por la mitad en un par de ocasiones y que los dos extremos que se juntaron y se unieron en los noventa y se desunieron al inicio del milenio para volver a juntarse después. Y que eso me ha traído una combinación ecléctica de norte y sur, donde ambos mundos y sus particularidades me acompañan siempre.
También han venido las pérdidas en estos 48 años. Ese vacío insondable al que la vida y sus consecuencias te obliga a asomarte… Y así las ausencias se convirtieron en un presente y en un pasado siempre al que recurrir, el recuerdo vivo e inmutable de las personas que ya no están en mi vida en lo físico pero que se mantienen latentes en mi espíritu y en la sonrisa que se me dibuja al pensarlas.
Ahora solo aspiro a ilusionarme desde aquella ingenuidad, que el mundo y la vida, que mis emociones, mis sentidos, permanezcan alerta ante la caricia de Daniela, el vuelo de los vencejos, la mirada eterna desde el Argalario y el anochecer de verano en La Bajadilla, que el daño ocasionado haya sido desde la inconsciencia y que el amor recibido sea de verdad, de verdad de la buena