Son una cosa seria. Es indudable. Uno se asoma a los cincuenta con el respeto solemne de haber apurado algo más de media vida y los epítetos que se asocian a la cincuentena no son de los más alentadores. Que si medio siglo, que si darle la vuelta al jamón.
Tampoco me creo eso que dicen los publicistas de la vida fetén de que los cincuenta son los nuevos cuarenta, incluso los más entusiastas apuran hasta decir que son los nuevos treinta. Pues no. Ni mi cuerpo, ni mi espíritu, ni mis emociones me sitúan ahí.
Los cincuenta, eso sí, me permiten una valoración quizá más certera de la vida, una mirada más larga, más profunda de los logros conseguidos, los sueños inconclusos, las oportunidades perdidas, los ideales arraigados, los pensamientos vencidos, o los amores de verano.
También alguna sólida certeza como el amor incombustible por Antonia, que acompaña este recorrido desde hace 20 años, o por Daniela, una adolescente de 12 que me hace flamear el corazón como ninguna otra emoción encontrada en el camino.
Mi aitite, mi abuelo Daniel, que falleció a los 91 años con la sabiduría intacta, me decía en cada cumpleaños, “estás en lo mejor de la vida”, y no le faltaba razón. Cada edad tiene sus acomodos, sus lenguajes sutiles, sus pulsiones y sus recelos, sus miedos y sus esperanzas. Y, sin duda, creo que así hay que vivirlo.
Pero también recuerdo otra de las tantas conversaciones con él cuando me confesó que cumplir 50 le había impresionado sobremanera, “medio siglo”, repetía, “medio siglo”. Él no sabía, claro está, que aún le quedaba media intensa vida por vivir y por la que yo firmaba.
En cualquier caso, cada uno, cada una, se enfrenta a esta efeméride con las herramientas, armas e instrumentos que posee en ese momento y que en mi caso se reduce a un sentimiento poliédrico, volátil y tantas veces sutil como es el amor y todos sus apellidos. Amor perdurable por la familia o amor incontestable por los amigos y amigas. Amor.
Yo sólo pido que la vida me sorprenda aún mucho tiempo con sus quehaceres cotidianos con los que tanto disfruto. El vuelo ingrávido de los vencejos, las puestas de sol desde La Bajadilla, el perfume salinoso del mar, los colores imposibles del otoño, el nombre de los barcos en Ea, el horizonte total desde el Monte Argalario, o el arroz en todas sus definiciones, un café a tiempo o una cerveza a destiempo.
Cumplo 50, medio siglo, aquí estamos aitite, “en lo mejor de la vida”.