Faltan apenas cinco minutos para que se cumplan las diez de la noche y a la ciudad le entra prisa por encerrarse, guarecerse de la sanción y del temor, del miedo, enclaustrase para el mundo y seguir con la vida puertas adentro de las casas.
Es en ese momento, esos cinco minutos previos al inicio del toque de queda, en el que todo se acelera. Desde mi balcón que se asoma a la calle Serenata se comprueba el paso ligero de los viandantes, la mayoría solitarios, el crepitar rabioso de las motos que descienden por la carretera de Ojén, los coches que aplican un punto excesivo de brusquedad a sus movimientos, a sus desplazamientos, urgidos, impelidos por un aliento de prohibición.
Pasos rápidos.
Y tras ese instante de huida comunitaria, de refugio colectivo, una calma inusitada apaga los rumores intensos hasta hace un momento. Una calma ciertamente artificial, propia de una madrugada laboral, con las luces de los vecinos y vecinas aún encendidas, con una vida latente más allá de lo estrictamente visible, de lo enteramente público. Una vida que se desarrolla obligada al confinamiento.
Las voces, apagadas por el tráfago de la ciudad, cobran resonancia y se escuchan ecos antes inaudibles, aquí y allá. El silencio, el vacío, parecen actuar como una caja de resonancia que proyecta esa risa o el llanto de ese bebé o el júbilo deportivo más allá del refugio familiar, del hogar, y llega hasta donde antes era imposible que llegara.
El contraste con lo que acontecía apenas hace cinco minutos es lo que hace a este momento tan sobrecogedor, pareciera que la ciudad se hubiera apagado al unísono, a voluntad, a la orden de una voz y que compartiera un secreto conocido por todos.
Hoy, a las diez menos cinco, quizá tenga la radio puesta o algo de música, quizá Daniela ya esté en la cama y Antonia viendo una serie, quizá esté terminando de preparar la cena o de escribir un artículo, una nota, leyendo el libro de turno, no lo sé, pero lo que es seguro es que me asomaré de nuevo al balcón sobre la calle Serenata y observaré como la vida se recoge sobre sí misma una vez más como un clamor silencioso ante el toque de queda.