Y contábamos hasta 12, alborozados, y cuando terminaron las campanadas busqué a Daniela para abrazarla fuerte, fuerte, a Antonia con la mirada y sonreírle por la promesa de un nuevo año que venía. Después, la fiesta con todos sus avíos, toda la patulea de cante y de baile hasta que los más jóvenes hicieron mutis por el foro, los más pequeños quedaron arrasados por el sueño y los mayores nos debatíamos en recoger algo, poco, y las últimas copas de agradecimiento por vivir, llegar, a un nuevo año más.
Podría ser casi la fotografía de cualquier año, de casi cualquier casa en Marbella o Andalucía o mi Barakaldo natal, una estampa preñada de tradiciones, trufada de convenciones sociales, que se repite una y otra vez con la llegada de nuevos miembros a las familias, novios, novias, amores coyunturales o estructurales, hijos, hijas, y la ausencia de aquellos y aquellas que nos dejan siempre un poco más huérfanos que ayer.
La llegada de un nuevo año se festeja por vivirlo, se celebra por disfrutarlo, sentirlo. Con sus vicisitudes, con sus problemas, con sus retos, con sus premios, con sus abrazos y sus llantos y, crujir de dientes.
Hubo años 1914, 1929, 1936, 1939, 1941, en los que nada preveía el desastre que acontecería.
Sin embargo, otros como 1969, cuando el ser humano llegó a la luna, nos permitieron entender, soñar con lo imposible, con asumir los retos como una empresa factible, real, palpable, asumible.
Nada preveía que en la nochevieja de 2019, cuando nos abrazábamos y nos besábamos y creíamos que nuestra fiesta familiar era solo la primera de tantas en el nuevo 2020 que entraba, nos situaría la vida en la tesitura actual. Un escenario a todas luces distópico, inasumible y dramático en lo social y en lo económico, que nos golpea con la dureza de lo imposible.
Y así, sin duda, este 2020 aparecerá en la historia de la humanidad como el año de la pandemia, del Covid 19, del mundo asolado y confinado en sus hogares, de la sanidad desbordada.
Pero a pesar de todo, ayer, con parte de mi familia celebrando la mayoría de edad de mi sobrina Mafalda, hacíamos números y calculábamos cuántos somos en cada casa, seis por aquí y seis por allá, los canales que utilizaremos estas navidades para comunicarnos, cómo nos organizaremos en Nochebuena y en Nochevieja. No dábamos nada por perdido.
Solo podemos ser optimistas, no nos queda otro remedio, no nos queda otra opción, ser optimistas, adaptarnos, afrontar el futuro desde la entereza y con la esperanza confiada y puesta en que la vida nos volverá a abrazar, a besar, a cogernos de la mano para disfrutarla mañana como la disfrutábamos ayer. La vida se abre paso.
Así que este año, también, brindaremos por el 2020, porque se va, y por un 2021 al que deseamos solo eso, volver, volver, volver otra vez a abrazarnos.