Amistad

Resulta extraño, tantas veces inexplicable, de qué material se tejen los hilos que conectan la amistad, cómo está constituida la red de querencias, amores, cariños y empatías que la sustentan, en qué crisol se forja. 

Mi abuelo Daniel trabajó coco con codo durante más de cuarenta años con un compañero. Fueron tiempos duros. Nunca llegó a traspasar ese sutil límite de lo íntimo, de lo personal. Sin embargo entabló y mantuvo durante décadas una amistad férrea con Pacho, al que siempre tuvo presente en su vida a pesar de que emigró a Argentina cuando aún eran muy muy jóvenes.

Igual le ocurre a mi madre con Irina, una cosaca del Kazán, a la que unió un invisible hilo trenzado con ese material indescifrable de la amistad y que pese al tiempo y a la distancia se mantiene incólume.

Nada tienen que ver estas relaciones con la proximidad y la cercanía, ni con la asiduidad de los encuentros, sino con ese elemento etéreo al que no soy capaz de encontrar explicación. Cómo un evento fortuito y leve puede marcar el resto de una vida común bajo el ala de la amistad.

Qué corrientes se crean y cómo y por qué. Cómo somos capaces de reconocernos en los otros y en las otras y que se establezcan estas relaciones entre iguales me resulta un misterio. En alguna otra ocasión he abordado este mismo tema y sé que los sociólogos y los antropólogos trazan una completa justificación científica al comportamiento que habla de gregarismo y necesidad de unirse para sobrevivir, que forma parte de nuestra socialización y casi de nuestro ADN. Pero no.

Se teje con una trama tupida de complicidades que abarcan lo físico (el abrazo, el guiño, la caricia) y lo anímico (la empatía, el llanto, la risa) en la que se participa en un tú a tú íntimo y preciso.

Mis amigos, mis amigas, resultan imprescindibles en mi vida, catalizadores de un sentimiento, una emoción únicas que solo ellos y ellas son capaces de prodigarme. Tiene que ver con una forma de querer que solo es aplicable en ese tipo de relación y que en nada puede compararse.

Me siento afortunado. Puedo ponerles nombre propio y rostro y sentir, en lo íntimo, que también formo parte de sus vidas.