El recorrido de la amistad es variable y voluble, depende más de las situaciones coyunturales que del espacio vital que ocupan o del compromiso fraterno firmado en libertad. Esta afirmación es cierta y falsa a la vez, porque hay amistades inquebrantables que perduran más allá del tiempo y del espacio y que nacen fruto de una casualidad o impelida por un encuentro de terceros. Y hay dinámicas dentro de las amistades que se prolongan en el tiempo afectadas por la monotonía de un encuentro duradero por circunstancias obligadas y que poco o nada tienen que ver con el amor fraterno.
Escribo estas líneas al calor de un viaje de regreso, de ida o vuelta, los emigrantes no sabemos bien nunca cuando vamos o volvemos, moldeado por los cariños ancestrales forjados en la infancia y en la juventud, esas emociones troncales que se fundamentan en el descubrimiento de la vida, en la fatuidad del destino, en el aprendizaje de los errores y de los éxitos, en el amor por otros, por otras, que distancia y atrae como un imán dependiendo de qué polo te llame.
Y ese viaje forma parte de un rito, como todos los acontecimientos destacados, pactado desde las querencias y que cumplimos año tras año desde hace más de dos décadas, que incluso doblamos cuando la ocasión lo requiere, y al que se han ido sumando otras vidas, otras miradas que han crecido con nosotros, incorporándose a ese abrazo recíproco que nos damos.
Y ese fin de semana en el que hacemos coincidir nuestras agendas laborales, vitales, sirve para exorcizar algunos miedos, intercambiar pareceres, beber mucho vino (hace años era cerveza), discutir, hacer corrillos, bailar y cantar si se presta la ocasión, ejercer el trabajo colaborativo y solidario de manera inmediata, la crianza comunal como forma natural de cuidar de todos los vástagos y vástagas, saldar alguna cuenta pendiente con aquel cotilleo, felicitarnos por los éxitos o dejar que el tiempo pase despacio, despacio, despacio, para que el momento dure siempre, más allá del ocaso, del amanecer. Y si hace falta correr desnudos por el campo al relente de la noche para convocar a las brujas y conjurar a los demonios, pues se corre.
Y parece que el tiempo se detiene entre un encuentro y otro, y aunque las redes sociales nos conectan de manera permanente y habitual, que los hechos desgraciados vuelan en kilómetros y en tiempo y los acontecimientos felices más aún, ese primer abrazo no se puede suplir con nada, con nada, está fraguado en la sustancia de la vida.
El recorrido de la amistad es variable y voluble, depende más de las situaciones coyunturales que del espacio vital que ocupan o del compromiso fraterno firmado en libertad. Y luego están las otras.