El amor es poliédrico y múltiple, tanto que el Diccionario de la Real Academia de la Lengua necesita 15 acepciones para dotarle de una significación completa que abarque todos sus ángulos.
Desde el apetito sexual de los animales, acepción número ocho, hasta el convenio o ajuste de la definición número diez, o quizá la que más se aproxime a la idea de amor romántico compartida en occidente que es la número dos, sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear. Amén, así sea, que decía el Libro.
Será en estos días cuando los pobres de corazón andarán rezongando por los bares y por las esquinas ante la celebración de San Valentín, aduciendo argumentos marketinianos para desprestigiar un día dedicado a los amores, aseverando que San Valentín es un producto de las grandes superficies, que el amor hay que celebrarlo todos los días y no solo hoy, cruzando los brazos y dejándose llevar por el cinismo y la ironía.
Decía Kirmen Uribe en una de sus novelas que el amor es lo que mueve el mundo, una suerte de palanca propiciatoria capaz de hacer temblar los cimientos más sólidos de la realidad. Yo no sé los de la realidad, pero los míos los hizo temblar hace tiempo en un doble impulso.
Porque el amor me impelió a dejar mi tierra norteña y cambiarla por este sur denso de fragancias, la umbrías veredas por los soles agostados, el gesto adusto por la sonrisa liviana, un Barakaldo de flores grises por una Marbella de explosivos recodos de gitanillas, los robles del origen primero por naranjos de fragancia de azahar. Y entre estos dos amores, 15 años después, aún me desenvuelvo dubitativo y pleno a un tiempo, porque el amor, también es el amor por los lugares.
El amor familia, repleto de invocaciones y juramentos, irresistible por imposible, por obligado, por sanguíneo, y en esta contradicción, el abrazo que todo lo consuela.
Más allá el amor por los amigos y amigas, férreo e incombustible, inasequible al desaliento y a la distancia, a las duras y a las maduras, amor cargado de defectos tolerados entre iguales, único e indivisible.
Y el amor por Antonia, corona imperator, que tejió sobre mi vida un hilo sutil que aplacó mis rabias y apeló a la confianza plena como perfecto mecanismo para funcionar en la vida. Y el deseo profundo de sus ojos de color miel.
Y más amor por Daniela, 7 años, gitana y vikinga, que desvencijó todas mis certezas y seguridades para traer un tipo de amor inclasificable y brutal en su fondo y en su forma más similar a un tsunami que aun terremoto, porque todo lo arrasó para comenzar permitirme comenzar de nuevo.
Hay motivos sobrados para festejar el amor, también en San Valentín, con desvergüenza y ramos de flores, con cenas románticas y besos interminables, con abrazos poderosos y paseos al atardecer. Porque el amor es poliédrico y múltiple y las 15 acepciones de la RAE quizá se queden cortas para definir la tuya.