Aprieta el sol

05/05/2021
Aprieta el primer sol y se despereza cierta canícula por los ladrillos de la terraza, la brisa fresca aún se esconde tras las esquinas umbrías y el aire anda festoneado de pólenes, como una lluvia de color.  

Daniela me dice hoy que le gusta la primavera no por lo que es, si no por la promesa de verano que supone, que la primavera es el preludio de ese tiempo eterno que significa el estío al borde del mar, de las láminas de agua en todas sus formas y maneras, los atardeceres eternos en la playa de La Bajadilla, las visitas que puntean con amores y querencias nuestro tiempo veraniego. Ese tiempo etéreo y volátil que nos transforma un poco a todos en los Niños Perdidos de Peter Pan, viviendo solo un presente que es hoy, ahora.

Y digo todo esto siendo público veranófobo, pero la confesión, el anhelo íntimo de Daniela ha puesto en funcionamiento el engranaje de la memoria selectiva y me está quedando más que un artículo, casi una elegía al verano. Y me proyecto a mí mismo dentro de un par de meses y me veo al abrigo de las sombras de los árboles, de las sombrillas, de los semáforos, o mejor aún, de la sombra dura que decía mi aitite Daniel, esa sombra inquebrantable que nos permite huir de la canícula aunque sea brevemente, pero ahí, instalado

Es cierto que a este paisaje de puro mediterráneo que es Marbella le sienta bien la luz. Esa luz azul, blanca, rotunda, sin complejos, que solidifica el cielo, que parece dibujar las casas, las rocas, la naturaleza a golpe de cincel, como un paisaje marmóreo solo aliviado por el bullir del mar. Y pone en contraste su rotundidad con el color explosivo de las flores sobre la cal blanca. A veces, los tópicos nos sitúan en el lugar exacto de las cosas.

Pero la luz aún se despereza un tanto lánguida sobre los tejados, y el sol no se atreve todavía a reinar de manera omnímoda sobre todas las cosas. Es el tiempo de desempolvar los avíos del estío y quitar el polvo a las sillas y desplegar las sombrillas, y limpiar las neveras y los termos para el gazpacho y poner una lavadora rápida con los trajes de baño y los biquinis y las toallas coloridas y de propaganda, y comprobar si las gafas de bucear que amarillean nos pueden seguir siendo útiles o tenemos que dejar que pasen a mejor vida.

Y es que, aprieta el primer sol, y el primer verano ya muerde nuestra piel con su rabia incontenible.
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