Barrio

12/10/2022
Saludo a Salazar y a Teresa desde nuestro balcón casi todas las mañanas, es apenas un gesto simbólico, agitar la mano y sonreír más allá de la calle de distancia que nos separa.  

Lo mismo con Jesús y con Raquel en el bar de abajo, ‘El Rincón de Nico’, cuando accedemos al callejón que nos conduce a nuestra calle o subimos a casa algunas croquetas de pringá a última hora, o con Maricarmen la panadera de ‘La boutique del pan’ que nos busca los integrales y los molletes que no han padecido el viento seco. Un café en la ‘Torre del Generalife’ y su ración de churros, chocolate para Daniela y Antonia. Nuestra vecina, que nos recoge los paquetes que nos llegan por mensajería cuando no estamos en casa, para devolvérnoslo por la tarde, cuando escucha el tintineo de las llaves, con una sonrisa siempre afable.

En la tienda de deportes, justo en la esquina, encontré unas J’Hayber de allende los tiempos a un precio más que razonable, también compramos algunas chuches en el establecimiento que desemboca al CEIP García Lorca, o un helado de avellana o de sandía en la heladería, un poco más allá. Cenamos campero algunas noches en ‘Esquinita 2’ o pizzas en ‘La Trevi’ o en ‘La Estrellita’. Y qué decir de la fruta de Marina, con sus tomates que saben a tomate.

Los barrios hacen ciudad, forman el tejido esencial del ritmo de una urbe, su columna vertebral, su aliento y su alma imperecedera. Nos pasa en la Huerta del Cura de Marbella, donde vivimos, como antes me ocurría en San Vicente de Barakaldo. Se recrean en los barrios, se tejen, una serie de asociaciones que permiten la interacción, el conocimiento mutuo y recíproco entre iguales, una extracción social similar que nos remite, casi siempre, a unos intereses comunes o, al menos, próximos. Intereses, preocupaciones y deseos.

La vida en los barrios es una vena abierta por donde discurre el pulso de la ciudad, donde reposa parte de su esencia, cada uno con su idiosincrasia, sus particularidades, sus referentes, sus filias y sus fobias. También con sus necesidades estructurales y coyunturales, con sus carencias, con sus virtudes.

Siempre me ha gustado la vida de barrio, confío plenamente en que me enriquece, me hace conectar conmigo mismo mejor, con la vida que me rodea de un modo más natural, más orgánico. Apuesto por la peatonalización de sus calles, por el enriquecimiento de sus plazas, por instalar mobiliario urbano que nos permita el desarrollo de una vida común, más allá de la frontera que suponen las puertas de nuestras casas, arbolado para cobijarnos bajo su sombra en verano, fuentes de agua fresca, mesas y sillas móviles que faciliten la interacción, comercio local con músculo, empoderado y enérgico.

Muchos modelos urbanísticos alejan esta posibilidad de encuentro, apuestan por la residencialidad, por la piscina y la valla, por el cerco y la garita, por la frontera en lugar de la integración. Con ello, las ciudades pierden parte de su alma, de su esencia, de lo que las hace o las hizo ser como son, como fueron. Por eso, la ciudadanía debería poder formar parte del diseño del modelo de ciudad al que aspira, al que aspiramos, decidir, opinar, idear, proponer. Aunque la participación ciudadana sea, cada vez, más rara avis que realidad factible.

Yo apuesto por el barrio, por el mío o por otros, una ciudad que se articule en torno a ellos, porque dan vida, promueven la socialización, fortalecen el negocio local y permiten que las ciudades crezcan sin perder el alma.
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