Hay ahí una Marbella, escondida entre el ruido y la furia, entre el tráfago y la duermevela, entre el exceso y la alharaca que me gusta. Una Marbella que conecta con mi ser más tendente al sosiego que al desparrame, en la que éste encaja con sólida determinación. Una Marbella que habla de barrio y de gente corriente.
Por eso, en estos veranos en los que esta ciudad sobrepasa todos los límites tolerables, mi espíritu de barrio se acentúa aún más y se cierra casi sobre sí mismo en la seguridad de lo conocido, de la cálida calidez de lo habitual. Nos fijamos metas cortas en derredor. La panadería, el supermercado, los bares, la frutería. La ciudad de los 15 minutos, concepto que ya casi parece obsoleto, se nos queda grande, enorme, casi desproporcionada.
En esta Marbella asediada por urbanizaciones en expansión permanente, fortines de rejas y piscinas, de incomunicación, espacios segregados, ghettos de veraneantes, el barrio cobra mayor sentido por vertebrador y reconocible, por integrador y socializador, por ser estructura los 365 días del año, red y sostén.
Es un microcosmos completo y complejo, donde se establecen relaciones duraderas que van más allá del periodo estival, donde la ciudad se reconoce fuera de los focos de atención, donde se pulsa el día a día, donde en verano aún se madruga, donde el nervio no se adormece y permanece intacto, donde reconoces y te reconocen por tu nombre.
Y ese sonido, el sonido que se acompasa a la vida laboral, persianas que se levantan, autobuses que transitan, un buenosdías así, mormojeado, los pasos rápidos, el zumbido de los patines eléctricos, la puerta del portal que se abre y que se cierra. El sonido de la ciudad que no se agosta.
Es un paisaje reconocible y habitable en la memoria de lo cotidiano y que se avala en la sensación de pertenencia. Soy de San Vicente en Barakaldo, de Huerto del Cura en Marbella. Es nuestro mapa de vida, de crecimiento y certidumbre, donde se asienta nuestro hogar, un faro que aporta seguridades entre el relumbrón de una ciudad como Marbella.
El barrio es una forma de vida, una elección azarosa u obligada. Un distintivo que te marca.
Me asomo al balcón en la mañana y contemplo cómo se despereza el día, como se desenrosca y va tomando forma, la ciudad parece que se construye en derredor de este barrio como una unidad mínima e íntima en esta ciudad siempre expuesta.