Cédula de vecindad

03/05/2023
Certificado de municipalidad. Es sabido por todos que en los pueblos, ciudades y municipios existe un selecto grupo de prohombres (casi siempre lo son) responsables encargados de certificar una cédula de vecindad que califica los méritos, actitudes y aptitudes de los forasteros para otorgársela o no. Es decir, dar validez de las mismas y así integrarte o no dentro del gentilicio de su haber.  

Suelen ser protectores de la tradición y del honor, entendidos de forma amplísima, y preservan los tarros de las esencias de la historia presente, pasada y futura, más allá de opiniones y hechos.

La condescendencia suele ser una actitud siempre notable en sus maneras y procederes, cierto paternalismo en su conducta, que aprueba desde lo magnánimo de su posición las actuaciones de foráneos y hacen muy suya aquella frase de Víctor Hugo que señalaba “y se presentarán a nuestra vista cosas tan viejas que nos parecerán nuevas”.

Aplauden y hacen propios los discursos de terceros siempre que no desdibujen la sacrosanta idea que tienen de la ciudad, inamovible, porque como se ose acaso pensar en tocar un cimiento de la misma, proferirán vituperios imposibles de reproducir con el sol amanecido.

Los forasteros harán lo posible por entender la idiosincrasia del lugar y con el afán de agradecer la acogida intentarán, sin conseguirla nunca, que se les otorgue esa cédula de vecindad. Se persignarán ante las imágenes de sus santos, participarán de manera activa en las ferias y fiestas patronales, asumirán tareas comunales, se sumarán a la grada de animación del club deportivo mayoritario, replicarán en su hogar las recetas ancestrales de la localidad en cuestión, procurarán adecuar sus modos, usos y formas al vernáculo. La mayoría de las veces, este proceso de ósmosis terminará en fracaso, porque las exigencias de ese grupo de prohombres (casi siempre lo son) serán del todo inasibles para el forastero.

La voluntad del que llega para integrarse queda pues al principio un tanto sorprendida, después estupefacta y más allá del tiempo y de la lógica, al final, diluida. Y en ese tránsito observará el comportamiento de otros forasteros que llegaron antes que él y que acaban haciendo piña humana, grupo social, por resultarles imposible el mimetismo definitivo con esos concretos residentes. Esos, concretos, residentes.

Pero puede ser peor. Cuando a una ciudad le cuelgan el malditismo con el apelativo cosmopolita que los forasteros se echen a temblar, porque la cédula de vecindad, el certificado de municipalidad, endurecerá aún más sus siempre estrictas y extemporáneas condiciones.

Y ay de aquel que se vea reflejado en este espejo, porque sin duda pertenecerá, quizá sin saberlo siquiera, a ese grupo de prohombres (casi siempre lo son) que otorgan la estrictísima cédula de vecindad.
 
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